Espejos

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Acabo de despertarme, y mientras intento desvanecer de mi mente los restos de un mal sueño, echo un vistazo a mi alrededor.

Mi apartamento es el mismo de siempre, pero me hace sentir incómodo. Parece que las paredes se hicieran cada vez más pequeñas, o quizá parece que hay menos luz que de costumbre, como si las bombillas estuvieran llenas de polvo.

También he tratado de abrir las ventanas, porque siento el aire cada vez más cargado, pero están todas atrancadas. Y afuera está demasiado oscuro para ver nada. Ahí fuera simplemente reina una negrura sucia.

Al menos puedo salir del apartamento. El rellano es un pasillo largo iluminado por fluorecentes parpadeantes al que dan las puertas de los apartamentos contiguos. La pintura gris de las paredes se desconchaba y tenía grandes manchas de humedad. Deprimente.

Oigo a gente hablando y ruidos detrás de las finas paredes. Pero cuando llamo a alguna puerta, nadie contesta. Me empieza a doler la cabeza.

Bajo despacio las escaleras, apoyando una mano en la pared ya que el dolor de cabeza aumenta con fuertes latidos. Según doblaba por el hueco de la escalera, pude ver que el pasillo estaba totalmente a oscuras, sólo podía adivinar las siluetas de las puertas más próximas a las escaleras gracias a la luz del segundo piso. Bajo la débil luz pude apreciar que las paredes estabas ennegrecidas, como si toda la planta se hubiera quemado.

Traté de bajar hasta la planta baja lo más rápido que pude y cuando vi la puerta de la calle fui hacia ella ansiando salir al exterior y respirar aire fresco. Agarré el frío pomo y lo giré.

La puerta no se movió.

Desesperado, doy un par de tirones bien fuertes, pero era sólida como una piedra, como si se hubieran dilatado y estuviera encajada en el marco. Siento un sudor frío recorriéndome la nuca y las manos. Tembloroso, me siento en el suelo e intento pensar con coherencia. ¿Qué estaba pasando con el edificio?, ¿o era que me pasaba algo a mi?, ¿y los vecinos?, ¿estarán viviendo ellos la misma situación?.

Como respuesta, un ruido de pasos vino desde el pasillo, eran pasos lentos y sonaban como si alguien estuviera arrastrando los pies. Me levanté lo más rápidamente que pude y doblé la esquina del pasillo.

Caminaba apoyando un lado del cuerpo en la pared cochambrosa. Era la anciana que vivía en la cuarta puerta. Por lo que yo sabía, la mujer estaba senil desde hace años y era incapaz de sostenerse en pie. Su familia debía de cuidarla, ya que parecía estar bien atendida.

Sin embargo, y a pesar de que nos separaban unos dos metros, me llegaba el olor a orines y heces que despedía la anciana, sus ojos estaban hinchados y con la mirada perdida, y de su barbilla pendía un hilo de saliva que escurría de sus labios semiabiertos. Vestía un camisón lleno de manchas y caminaba con pasos rígidos y mecánicos. Un leve gañido salí de vez en cuando de su garganta.

-¡Señora!, ¿se encuentra bien?.

Pensé que no obtendría respuesta ya que la anciana siempre miraba al infinito y nunca la oí hablar. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal cuando enfocó sus ojos enrojecidos hacia mí y abrió su boca desdentada en un doloroso alarido que se clavó en mis tímpanos. De pronto, su espalda de arqueó hacia atrás y sus brazos cayeron inertes a ambos lados de su cuerpo, que quedó suspendido sobre sus pies unos instantes antes de deslizarse hacia atrás por el pasillo como si una fuerza invisible lo sostuviera. Ella siguió chillando y gimiendo hasta que llegó a la cuarta puerta del pasillo, que se abrió sin más, y entró por ella lanzando obscenidades y aullidos. La puerta de cerró de un golpe y se hizo el silencio.

Los gritos de la mujer aun resonaban en mi cerebro . Mi visión estaba borrosa y sentía la boca terriblemente seca. Fui tambaleándome hasta la puerta por la que había desaparecido la anciana y la aporreé con todas mis fuerzas.

-¡Señora!, ¡señora!.

 Pegué la oreja en la puerta esperando escuchar gritos o quejidos, pero no pude oir nada, sólo silencio. Me quedé frente a la puerta sin saber qué hacer. ¿Debía llamar a la policía?, ¿a la ambulancia?.

Decidí volver a mi apartamento con la esperanza de que al menos la línea del teléfono funcionara y empecé a subir las escaleras.

Cuando estaba llegando a la primera planta, me invadió de nuevo el dolor de cabeza, sentí que me faltaba el aire. Cuando llegué al rellano del oscuro pasillo, algo me llamó la atención. Una pequeña luz rojiza brillaba en la negrura y su intensidad variaba a intervalos, me di cuenta de que era la brasa de un cigarrillo. Ahí había alguien.

-¿Hola?.- dije con voz temblorosa.- ¿quién está ahí?.

Quien quiera que estuviese ahí, se tomó su tiempo para hablar. Dio otra calada al cigarrillo antes de contestar:

-¿Qué quieresh?.

Era una voz de hombre. Vacilé antes de volver a preguntar.

-¿Se encuentra bien?, ¿necesita ayuda?.

-Ngho.

Había algo raro en su forma de hablar. Si también necesitaba ayuda, debía saberlo para cuando llamara a la ambulancia. Guiándome por la brasa del cigarrillo tanteé la pared hasta llegar a donde estaba él. Estaba sentado, fumando un cigarrillo que parecía interminable.

Un nauseabundo olor a carne quemada invadió mis fosas nasales. Mientras luchaba por no vomitar, el hombre dio otra calada al cigarrillo. Con la luz de la brasa alcancé a ver un rostro sin mejillas, con todos los dientes al descubierto, y la carne ennegrecida y cubierta de ampollas despedía aquél nauseabundo olor. Asqueado, retrocedí hacia las escaleras mientras la cabeza me daba vueltas y la risa reseca del hombre me perseguía hasta el segundo piso. Rebusqué lo más rápido que pude en mis bolsillos hasta dar con la llave y entré en mi apartamento para no oir más aquella horrible risa.

Nada más cerrar la puerta, vomité violentamente sosteniéndome como pude. Las piernas me temblaban y tenía el cuerpo cubierto de sudor. Ahora sí que estaba convencido de que estaba loco y necesitaba un médico.

Fui hasta el sofá, donde dejé el móvil cuando lo use por última vez y a duras penas ya que mi visión borrosa me impedía ver las teclas correctas, marqué el número de emergencias.

Un sonido de estática se escuchó al otro lado de la línea. No, no, no ,no, eso no por favor. Marqué de nuevo y nada, no había línea. Furioso y cansado, lancé el móvil con todas mis fuerzas y se estrelló contra la pared.

Las náuseas volvieron y corrí hacia el cuarto de baño. Tratando de aguantar el vómito, apoyé las manos en el lavabo y me miré en el espejo. Fui incapaz de reaccionar a lo que vi.

En el otro lado del espejo, un hombre que ya no tenia nada de humano me devolvía la mirada, una mirada sin párpados, los ojos desorbitados y moviéndose arbitariamente; la carne podrida se desprendía de los huesos mientras aquel ser que debía de ser yo mismo, aporreaba el cristal del espejo, tratando de volver a su lugar de origen.

 

 Mina Riss


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