El amor es fuerte, el amor perdona

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Daniel esperaba pacientemente en las cercanías del autoservicio donde trabaja Sofía, faltaban solo unos minutos para la hora de salida y sabía que la verí; lo que no sabía todavía es si tendría el valor para acercarse a ella, encararla y, lo más preocupante, tampoco tenía idea de lo que iba decirle.

En el interior de su saco, trataba de proteger de la ligera lluvia esa rosa que compró, al tiempo que repasaba frases y palabras para explicar a Sofía que ella era su único amor y que, lo que había sucedido, era un gran error de su parte.

Sin embargo, ¿realmente había explicación válida que justificase tener sexo con otra mujer?... ¡No!, tal vez la había perdido para siempre.

¿Cómo fue que Sofía se enteró?, no había forma alguna, a menos... sí, a menos que conozca a Alejandra, su amante de única ocasión, y ésta le hubiese narrado el furtivo encuentro en la reunión de ex-alumnos de la universidad.

Transcurrían los segundos y Daniel caminaba a paso lento hasta llegar a la esquina, en la acera frente al autoservicio por donde Sofía siempre pasaba para ir por su auto y regresar a casa, después de laborar por ocho horas como contadora de la empresa.

Continuaba ensayando las frases que pensaba serían adecuadas para retener al amor de su vida; todo su cuerpo temblaba, tal vez por estar completamente empapado o tal vez por el nerviosismo ocasionado por la inminente ruptura de una relación de casi tres años.

No atinaba a elegir las palabras exactas, ni el orden, que diría cuando por fin estuvieran frente a frente... ya son las seis de la tarde, Sofía no tardaría en salir; cerró los ojos fuertemente, como deseando contar con una lámpara maravillosa cuyo genio resolviese sus problemas o, en su defecto, desvanecerse hasta desaparecer de este mundo lleno de tentaciones y debilidades.

Abrió los ojos, llenos de lágrimas que se confundían con las gotas de lluvia... ahí estaba Sofía, frente a él, con una expresión de enojo, ¿o era de desprecio?... la tomó de los brazos, sin notar que la rosa caía de su mano, quedando entre los pies de ambos.

Horas y horas de cavilaciones dubitativas y ensayos de sinfín de discursos habían servido para lo mismo que la rosa, no podía articular palabra... gimiendo, llorando, se acercó a Sofía y la estrechó fuertemente en sus brazos, como solo un amante ferviente sabe hacer.

Con los ojos cerrados y la cabeza recargada en el hombro de Sofía, no paraba de llorar, de hecho, sentía que ella también lloraba y no era del todo indiferente, pues también lo abrazaba y acariciaba su espalda.

Abrió los ojos y, armándose de valor, deshizo el abrazo, pero no el nudo de la garganta que aún le impedía hablar, la miró a la cara y, simplemente, murmuró: ¡Perdón!

Sofía reconoció el arrepentimiento sincero, le calaba hasta lo más profundo de su ser el sufrimiento de su amado Daniel, le dio un tierno beso en los labios y retomaron el abrazo que interrumpieron unos segundos atrás. No había necesidad de explicaciones, su amor era fuerte y sería capaz de superar cualquier eventualidad por difícil que esta pareciese.

Los dos empapados y tomados de la mano, caminaron hacia el auto de Sofía y acordaron que esta era la primera y última infidelidad que existiría en su relación.

Con el paso del tiempo, ambos se olvidaron del asunto; seis meses después se comprometieron y, ahora, llevan tres años de casados; Sofía disfruta de su embarazo y Daniel espera cada día, en esa misma esquina, a las seis de la tarde, para ver a su adorada esposa y volver juntos a casa.


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