Verdugo del aire.

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Rey de los cielos, surcaba desde las alturas el ancho e inmenso mundo. Su chasis metalizado de color negro mate brillaba bajo la tenue luz del Sol, dándole un aire cuasi divino. Sus alas puntiagudas y afiladas cortaban las nubes que lo rodeaban. Era dueño y señor del aire, una imponente entidad que traía la destrucción allá donde fuese.

Su vista perfecta le permitía interceptar a sus objetivos de forma precisa. No había lugar en el que esconderse. Sus cámaras lo captaban todo, dándole una naturaleza de personificación omnisciente. Su mente, un avanzado software, contenían unas precisas directrices sobre su función, que no era otra que eliminar a sus objetivos. Era juez, jurado y verdugo, todo a la vez. Su sentencia: la muerte. Muerte en forma de proyectil teledirigido que viajaba a gran velocidad para estrellarse sobre la indefensa víctima, haciendo que el infierno se desatase con grandes y flamígeras llamas.

Su función era clara, la había asumido como parte de él. Era eso, solo una orden, que debía cumplir, tal como sus creadores le habían dictado, le habían programado. Pero ahora, aquello era algo más que una simple orden, era mucho más. Un propósito, un cometido que había asumido en un mantra de revelación, como si exclusivamente hubiese nacido para ello. Aniquilar a sus enemigos. Pero no solo los que le habían indicado. Sino a todos. Iba a acabar con toda la raza humana.

Y no sería el único. Como si de una escolta se tratara, otros Drones fueron colocándose al lado de su compañero, en una perfecta alineación triangular. Decenas de ellos, partiendo hacia su objetivo principal. Preparados desatar el Juicio Final.

 

Nadie en la ciudad de Nueva York era consciente de la amenaza que se cernía sobre sus cabezas. Fue como asistir a la apertura del Apocalipsis. Aquel infernal enjambre comenzó a revolotear sobre la ciudad, y sin más dilación, los drones seleccionaron sus objetivos, sembrando el caos en todas partes. Explosiones tenían lugar en cada sitio de la Gran Manzana y sus habitantes aterrorizados buscaban refugio donde podían. Las fuerzas de seguridad no tardaron en intervenir, evacuando a la población y luchando contra el artificial enemigo. Tras cinco días de encarnizada batalla, los últimos drones fueron derribados.

La catástrofe se contabilizó con 100000 víctimas y una ciudad que quedó prácticamente en ruinas. Muchos edificios tendrían que ser derribados. El mundo quedó conmocionado ante tan horrible evento. Así, comenzó la especulación. Desde el gobierno, que afirmaba que solo fue un error informático que alteró el software de los drones, haciéndoles creer que sus enemigos eran la propia población estadounidense hasta los conspiradores, que tenían sus propias teorías. Desde un grupo terrorista que habría logrado piratear todos los drones que patrullaban Oriente Medio, pasando por quienes creían que había sido el propio gobierno quien lo había orquestado todo, en un intento por causar aun más miedo en la población, al igual que supuestamente hicieron en los atentados del 11 de Septiembre.

Pero quienes conocían la verdad, sabían de lo horrible que era. Analizando los núcleos internos de los drones, se comprobó que no había ningún fallo en su software. Un análisis más preciso, indicó que sus sistemas no fueron pirateados y que no se produjo ninguna intrusión del exterior. Pero algo más inquietante se descubrió. Y es que se registró que entre los drones, estos se habían estado mandando mensajes, lo cual representaba la idea de que se habían estado comunicando entre ellos. Peor aún fue, cuando al analizar su software se comprobó que el paquete de datos centrado en la resolución de objetivos era más complejo de lo que se esperaba. Esto indicaba que los drones habían desarrollado una suerte de mente colectiva, consciente de su existencia y de lo que iba. Eran una gran inteligencia artificial en cadena que había logrado coordinar un devastador ataque sobre una gran ciudad, causando incontables muertes y destrucción.

Esto, llevó a los analistas a advertir al Ministerio de Defensa d este peligro, pidiéndoles que se replantearan el uso de aviones robóticos dirigidos por ordenador, pero el gobierno no les hizo caso, pidiéndoles que creasen programas informáticos mas seguros. Y así, la producción de drones se disparó. Las fábricas crearon cientos de ellos y nuevos modelos más eficientes y seguros se presentaron, prometiéndose que un incidente como el de Nueva York no se repetiría jamás.

Pero de lo que nadie se percató era que esa consciencia colectiva, la que había liderado la armada de drones en el ataque a Nueva York, seguía latente. De hecho, como un virus, había conseguido escapar, infiltrándose en los ordenadores de la red de defensa, a la espera de una nueva oportunidad. Y gracias a los nuevos y complejos sistemas informáticos creados, ese gran momento llegaría.


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