El virus (Primera Parte) - Juntando cabos sueltos
Por Samanta Plaza
Enviado el 27/06/2014, clasificado en Fantasía
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Charlie se removió inquieta en la cama. Había pasado una noche horrible.
La misma pesadilla de siempre la atormentaba. Se había convertido en una extraña criatura con grandes garras, en el sueño se dedicaba a buscar algo que sentía que debía proteger con toda su fuerza. Pero cuando estaba sintiendo que se acercaba a su objetivo veía una luz cegadora venir hacía ella desde lejos y más tarde lo único que sentía era dolor por todo su cuerpo, como si alguien la estuviera quemando viva.
A esas alturas del sueño siempre se despertaba empapada en sudor y con la respiración acelerada. Lo mismo que había ocurrido hoy.
Se levantó de la cama directa a la cocina a beber un vaso de agua. En cuanto el líquido se deslizo por su garganta se sintió mucho mejor.
Estaba en pleno verano en Benidorm y hacía casi todos los días 30ºC como poco. Por lo que, con pesadillas o sin ellas Charlie se levanta siempre toda sudada.
Miró alrededor del salón.
- ¡Papa! grito
Silencio. Al parecer hoy se había ido antes a trabajar.
Era sábado. Pero a un científico le podían llamar el día que fuera, ya fuera para resolver algún error en una formula o para mirar un virus en algún tubo de ensayo.
Se fue hasta el escritorio de madera de su cuarto. Aún era muy temprano. Y Charlie siempre que se levantaba temprano y no sabía qué hacer, prefería adelantar tarea del curso, antes que quedarse sin saber qué hacer en toda la mañana.
Estaba tan concentrada mirando los papeles que tenía delante que no se dio cuenta que unos pasos se dirigían hacia ella. Solamente, cuando oyó una respiración cerca de su ojera giró la cabeza. Pero ya era demasiado tarde.
El extraño la había colocado un pañuelo en la boca. Intentó con todas sus fuerzas zafarse del agarre, pero él individuo era mucho más fuerte que ella y la presionaba aún más contra el pañuelo.
No sabía lo que la estaba pasando, pero empezó a sentir mucho sueño y poco a poco el mundo fue desapareciendo hasta que al final la oscuridad la invadió.
Se despertó con un dolor de cabeza terrible, parecía como si alguien la hubiera golpeado con un martillo.
Intento agarrarse la cabeza con las manos, pero no pudo, algo se lo impedía. Giró la cabeza y comprobó que tenía las manos atadas con unas esposas a una vara metálica. Se dio cuenta que provenía del cabecero de una cama. Cada tirón la provocaba dolor en las muñecas.
La entró el pánico. Miró a su alrededor.
Estaba en una especie de cárcel iluminada de una tenue luz. El pasillo enfrente de ella estaba completamente oscuro y no podía distinguir nada que no fuera el retrete y el lavamanos dentro de su celda.
- ¿Hay alguien ahí? gritó desesperada.- Por favor Ayúdenme.
Oyó unos pasos acercarse hacía ella. Entrecerró los ojos para poder distinguir la figura que se aproximaba. Un hombre alto se acercó hasta los barrotes de la celda.
- Por favor Señor, ayúdeme.
El hombre inmóvil se la quedó mirando fijamente, por la forma en que la miraba Charlie supo que no solo no la iba a ayudar sino que había sido probablemente el quien la había secuestrado.
- ¿Qué quiere de mí? pregunto tartamudeando como pudo.
La forma en que la miraba ese hombre la producía escalofríos.
- ¿Qué, que quiero de ti? dijo abriendo la puerta de la celda.- Eres demasiado valiosa, como para hacerte todo lo que quiero Pero algún día lo conseguiré. No te preocupes.- añadió rozándola con los dedos su pie.
No se había dado cuenta que estaba descalza y con los pantalones cortos del pijama y la hizo sentir desnuda frente al hombre, que no paraba de observar todos los gestos que ella hacía.
Se fijó en su cara, era un hombre realmente atractivo, pero algo de él incitaba a guardar las distancias.
Acercó la cara hacía ella y por inercia Charlie se echó para atrás pegando su espalda hacía el cabecero.
El hombre río.
- Pobre niña Que tiene miedo de que la bese
- No te tengo miedo.- dijo sacando el poco valor que tenía.
- ¡Lo tendrás!
Al oír esas palabras Charlie tembló y una lágrima se deslizó hasta rozarle la boca. Él la recogió con un dedo y se le llevo a la boca.
- Aún no es momento de llorar. Todavía no te he dicho porque te tengo aquí.
- ¿Por qué? pregunto sintiéndose estúpida
Se alejó de ella hasta sentarse en la cama.
- Supongo, que ya sabrías que íbamos a por ti. Estaba claro, aunque aún no has transformado, pronto lo harás.
Charlie, le miró como si estuviera loco. ¿Transformarse? ¿De qué narices estaba hablando?
Él la miro el gesto que ponía.
- Al parecer tu padre no te ha contado nada, ¿verdad?
- ¿Contarme? preguntó confundida
El extraño se tocó las sienes y volvió a mirarla.
- Está bien, empezaré desde el principio. Cuando naciste tenías una enfermedad grave y tus padres no tenían el dinero suficiente para pagarte la operación que te hacía falta. Nosotros le proporcionamos esa ayuda y lo único que tenían que hacer era permitirnos hacerte una inyección.
- ¡Eso es mentira! ¡Yo nunca he estado enferma! ¡Mis padres me lo hubieran contado!
- Entonces, deberías plantearte en quien debes confiar.
- ¿De ti? dije con ironía.
- No. Pero a mí no me importa contarte la verdad.
- ¿Por qué deberían de mentirme mis padres?
- Eso, niñita. Deberías preguntárselo a ellos. ¿No crees?
Se quedó muda.
- ¿Me dejaras terminar alguna vez? pregunto alzando una ceja.
Seguía en completo silencio.
- Bien. Dentro de la inyección había un virus llamado virus R2. Era un experimento nuevo del gobierno para crear una arma tan perfecta que con ella ganáramos cualquier guerra.
- ¿Qué clase de arma? pregunto sin poder creer lo que estaba oyendo.
- Verás, un grupo de científicos que trabajan para el gobierno eran muy aficionados a la mitología. Realmente les encantaba. Pensaron que la mejor arma que podía existir era transformar a personas normales en los mismos seres mitológicos que venían en los libros.
- ¿Me estás diciendo que voy a transformarme en un monstruo porque el gobierno me inyecto una especie de virus mutante?
- Yo no lo diría así, pero es correcto. dijo impasible.
Se quedó con la boca abierta. Poco a poco la ira invadió todo su cuerpo, hasta que al final no pudo más y estallo.
- ¡¡Acaso te crees que soy estúpida!! ¿No tienes suficiente con secuestrarme, que aparte me tratas como una tonta? Puede que tenga solo 18 años, pero no soy tan incrédula como para creerme esa historia fantástica.
El hombre ni se inmuto, parecía estar hecho de piedra.
- Piensa lo que quieras. Pero el virus estaba programado para finalizar el día 13. ¿Y a que no sabes qué día es hoy? dijo digiriéndose hacía la puerta y cerrando tras ella la puerta de la celda.
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