"Podrías ser mi padre" #1

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Once y media de la noche. No era la primera vez que iba a la casa de Bárbara (por aquel entonces mi pareja), pero sí la primera vez que pasaba la noche allí.

- Acomódate, Rubén, aún queda media hora para que llegue mi hija.

- ¿Tu hija...? Ah, sí, la pequeña Ceci.

- De pequeña nada, ya tiene sus diecinueve añitos, que los cumplió ayer.

- Cierto, me habías comentado que hoy lo celebraba, ¿no?

- Así es, salió con algunas amigas, pero ya le dije que a las doce a más tardar la quería en casa.

- Lo que más me sorprende es que a estas alturas no la haya visto.

- Tranquilo, ya te dije que vendrá enseguida. Seguro que le caes bien - no terminó Bárbara de pronunciar la última palabra cuando pudimos sentir unas llaves tintineando tras la puerta -. Ahí la tienes.

Me levanté y acomodé mi ropa mientras ella se acercaba a la puerta a recibir a su hija. No sabía cómo esperar que fuera, ya que según tenía entendido era un calco de su padre, y a este solo tuve una oportunidad para verle y bajo unas circunstancias deplorables.

- Mamá, no hacía falta que abrieras, ¿no oíste mis llaves?

- Que sí, que sí. ¿Cómo te fue? - podía escuchar su conversación desde la cocina. La voz de la joven Ceci sonaba bastante madura, aunque se notaba cierto toque de inocencia.

- Bien - contestó la chiquilla.

- Bueno, hay alguien que quiero que conozcas. Salúdale - me asomé por la puerta con paso lento y mis manos entrelazadas a mis espaldas, cabizbajo. Cuando alcé la vista pude verla por fin; su cabello negro se posaba dulcemente sobre sus pequeños pechos, cubiertos por una camisa blanca de botones; sus labios, ¡Dios mío sus labios!, eran carnosos y rosados, naturales y brillantes; su mirada era inocente, pero sus ojos parecían contarme sus secretos más sucios y morbosos. Era una mezcla explosiva, y cuando me sonrió pude sentir como el mundo se me venía encima.

- Hola - me saludó tímidamente, a lo que yo intenté responder con naturalidad, devolviéndole la sonrisa y acercándome a darle dos besos.

- Rubén, encantado.

- Yo Cecilia, un placer.

- Nena - dijo su madre -, este es tu nuevo padre - añadió un tono irónico y se rió, a lo que su hija contestó de la misma manera. "Será algo que solo ellas saben", pensé.

- Bueno, en realidad ya era hora, ¿no? Si mi padre se puede casar... - contestó dulcemente su hija -. Bueno, estoy un poco molida así que mejor voy a cambiarme - me miró fugazmente y sonrió, y mientras se iba me pareció ver cómo sus mejillas se iban sonrosando un poco. Estaba absorto en sus labios y su cuerpo cuando noté a Bárbara devolviéndome a la realidad. - No creo que salga en toda la noche, así que puedes ir a ducharte si quieres - dijo.

- Está bien - contesté. Le besé la frente y fui a su habitación a buscar mi pijama mientras que ella se quedó en la cocina con su café y su cigarrillo.

Ya ante el espejo, recogí mi pelo en una coleta y me di cuenta de que estaba perdiendo la forma de los músculos. "Joder, Rubén, realmente no sirves para las relaciones", me dije a mí mismo en mi mente.

Mientras seguía engullido por el espejo lamentando mi dejadez, escuché unos cuchicheos al otro lado de la puerta, el tintineo de las llaves y finalmente la puerta. Terminé de vestirme y abrí la puerta del baño.

- ¿Bárbara? - pregunté por el pasillo dirigiéndome al salón.

- Se acaba de ir - contestó Ceci. Cuando miré por el bastidor de la puerta la vi en el sofá, con un pulóver blanco y calcetines altos, leyendo un pequeño libro que parecía ser un cómic. Se había quitado el maquillaje y recogido el pelo en una coleta, aún el fleco sobre su cara y algún que otro mechón cubriendo sus pequeñas orejas. No pude evitar encenderme ante aquella escena. Sin arreglar parecía más vulnerable, pero su actitud la hacía parecer más fuerte, y aquella incógnita de cuál de las dos era la verdadera me hizo sentir más ganas de conocerla en profundidad.

- ¿Adónde fue? - le pregunté sentándome a su lado, sin poder quitarle la vista de encima. Entonces me miró, cerrando su pequeño libro.

- La hija de Alicia, se puso de parto.

- Pero el materno más cercano está...

- Al lado de la playa, un poquito lejos - contestó atropellando mis palabras, como leyéndome la mente. Me sonrió y pude ver cómo su mirada se posaba sobre mi pelo, estaba absorta.

- ¿Tan mal me queda la coleta? - dije entre risas.

- No, no es eso - dijo apartando la mirada. Otra vez ese color rosado en sus mejillas. Realmente era linda, de hecho era muy guapa.

- Bueno, ¿vas a ver la tele? - le dije, intentando romper el hielo.

- No, re... realmente no - su voz bajó el volumen, se hizo más aguda y pude notar cómo le costaba hablar. "A lo mejor la incomodo", pensé.

- Bueno, yo tampoco así que - alcancé el mando para apagarla pero... En un descuido, en lugar de pulsar el botón de off, cambié el canal y apareció la escena íntima de lo que parecía ser una película de vampiros. El chico tenía una cabellera larga, casi como yo, y la joven se parecía a... Cecilia. La pobrecita estaba muy incómoda; cubrió su cara con un cojín, y soltó una risa nerviosa tras decir algo imposible de entender. Quería seguir viendo aquella escena, imaginar que los gemidos que oía eran los de Cecilia entre mis brazos, ardiente y tímida, y que aquellas palabras prohibidas se las susurraba yo al oído; imaginar que la hacía mía y que realmente podía conocer cada punto de su cuerpo, besar cada poro de su piel. Pero volví a la realidad y apagué la televisión, quedando en silencio.

- Me iré a la cama - dijo intentando levantarse. Pero lo impedí. Por acto reflejo agarré su estrecha muñeca y la senté de nuevo. Me miró en aquella oscuridad, parecía tener miedo pero sus mejillas ahora estaban más encendidas, la luz de la luna a través de la ventana se posaba sobre su piel y me incitaba a besarla... y así hice. Me abalancé sobre ella, dejando que mi lado más primitivo saliera para hacerla mía. Aquellos ojos debían mirarme solamente a mí. La besé hasta que no pude más, mientras sentía que algo bajo mi ropa iba creciendo al notar que ella correspondía a mis caricias. Tras unos segundos me paró y me miró a los ojos.

- Sabes que... Podrías ser mi padre, ¿verdad? - le sonreí, acerqué mis labios a uno de sus oídos y susurré juguetonamente.

- Sabes que, por suerte, no lo soy... ¿verdad?


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