Su pelo es suave. De un castaño artificial que cuando refleja el sol produce destellos dorados muy brillantes. Tan bonito que al danzar con el viento reflectando la luz algo se sacude dentro de mi.
Pese a que lo lleva liso su estado natural es rizado, con tirabuzones escondidos bajo la capa superficial.
A veces, cuando los días son grises, la pelambre no se deja domar y muestra por sus puntas su verdadero ser, doblándolas, retorciéndolas... Es en estos días cuando su aspecto se vuelve más infantil e inocente.
Hay ocasiones en las que se mete en mi cama y duerme durante horas. Entonces yo me acerco con sigilo y la miro, tranquila y plácida, y enrollo los mechones por mis dedos sintiendo su tacto, sintiendo su aroma, ese olor tan característico que me llena los pulmones y ensancha mi alma.
Cuando se levanta, su melena está abultada y es ternura toda ella.
Nunca entenderé por qué odia su cabello rizado.
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