Cuando entramos, el edificio no parecía tener fin:
Asientos de primera calidad repartidos por la estancia, decorados como si fuesen pequeños salones de invitados. Un juego de luces de tenues para la intimidad de cualquier cliente a fuertes para el lugar de recepción y los ascensores.
La alfombra continuaba hasta una gran mesa de mármol blanco y negro. Tras ella un gigantesco armario con un sin fin de huecos mostraban las llaves de las habitaciones junto con sus números y un papel, que seguramente sería la carta de bienvenida o tal vez un buen paquete de condones para que los invitados pasen una noche más segura.
Anduve a paso lento notando como miles de miradas se clavaban en mí. Con solo mirarme sabía a lo que venía y no estaban equivocados. Murmullos, gestos y miradas. Para ser certeros sentía una náusea horrible mientras mis piernas se entumecían. El camino se me hacia eterno.
El frió contacto del mármol con mi mano me espabiló un poco, pudiendo reposar en el tiempo en que aquel chofer pedía las llaves de la habitación.
Cuando quise darme cuenta aquel tipo estaba parado, mirándome e indicándome el sitio donde debía de ir.
Continuamos con paso ligero hasta llegar al ascensor y cuando el chofer le dio al botón y comenzamos a subir, expiré tranquilo.
- vaya veo que todos saben a lo que he venido
Aquel tipo no dijo nada. Estaba de pie y yo contemplando sus espaldas. Bajé la mirada recorriendo su figura hasta toparme con algo que captó mi atención.
En su mano izquierda, numerosas cicatrices recorrían la palma de su mano, pero lo más extraño de todo aquello era que le faltaba el dedo gordo. No tenía aquel dedo. Miré mi mano, preguntándome si podía vivir sin un pulgar, y cuando alcé la vista pensativo aquel tipo me estaba observando. Me exalté tanto que por poco no tropiezo en aquel estrecho cuadrado, y mi salvación fue el sonido de que habíamos llegado a la planta deseada.
Recorrimos aquel largo pasillo. El silencio era eterno y comenzaba a pesarme el estómago. Aquellas luces tan tenues hacían que aquella alfombra roja pareciese un camino de sangre que te llevaría directo a tu destino. Metí las manos en mi chaqueta, intentando hacer el paso más lento pero antes de darme cuenta ya habíamos llegado.
El chofer, llamó con los nudillos.
Tragué saliva.
¿Qué era lo que me esperaba esta vez?
Miré de reojo al chofer.
Él me miró y la puerta se cerró a mis espaldas.
En el interior solo se podía respirar el humo del tabaco.
Las habitaciones guardaban unas preciosas vistas, mostrando un lujoso interior completamente decorado al más puro estilo clásico.
El gran ventanal estaba flanqueado por dos enormes estatuas de un desnudo femenino que estaba amputado. Recuerdo haberla visto en algún lugar pero dentro de aquella habitación no existía tiempo para pensar.
Después de dar mi ojeada rutinaria, me topé con él. Nuestras miradas se comunicaban por si solas mientras que movía pausadamente su copa de vino, del mismo color que la alfombra.
Verlo a él me relajó. Pensar que estaría con él, fue la sensación que alivió mis pesados dolores, pero todos sabemos que las malas acciones, nos llevan a dar giros inesperados.
-¿Este chico será mi juguete esta noche?
- Trátalo como se merece no seas rudo. Tiene mucho trabajo.
Delante de mi y con un gran puro habano, la grandiosa figura del magnate Nikolay. Este tipejo llevaba al día los negocios más sucios de la mafia. Movía grandes gestiones, regentaba famosos club de alterne, pero lo que más odiaba de él era su apestoso olor a puro habano.
¿Qué por qué sé que es Habano? Solo él fumaría unos puros de esa calidad. Su ropa parecía hacer gala a su nombre pero su cuerpo y cara, más bien parecían las del típico ayudante de la malvada bruja que intenta sabotear el amor de su hijastra.
Jamás entenderé porque las mujeres se rinden a sus pies.
Ya sé. Su enorme y gran billetera.
El tipejo hizo acoplo de sus confianzas y me echó el brazo por encima. A pesar de ir tan trajeado el pestazo a sudor emanaba por toda su ropa.
Ahora me arrepiento de no haber cogido muestras de colonia en los bolsillos.
Solo nos quedamos nosotros dos, y cuando aquel fajo de billetes se posó sobre la flamante mesa de cristal comencé a desnudarme, pero el tipo me paró.
-Tranquilo, yo no soy tu cliente. Mi afición es mirar como mis empleados follan con otros hombres más jóvenes que ellos me encanta ver como sus musculosos cuerpos se unen a los vuestros aquí te he dejado un pequeño extra. Tu cliente es algo callado, pero no te arrepentirás de acostarte con él.
Me quedé un poco pasmado ante aquellos gustos. Normalmente mi trabajo era sencillo. Solo dos. Él y yo. Pero que otro mirase no estaba escrito en mi currículo.
Abrió la puerta para presentarme a su empleado. En ese instante fugaz, me vino a la mente el típico hombre calvo trajeado, pero me llevé otra sorpresa.
¡Era el chofer que me había traído!
Nos colocó frente a frente, para presentarnos.
-Este es Dave-puso su mano en el hombro en señal de confianza- y Dave este es tu premio por tus años bajo mi servicio.
El tipejo se sentó en una butaca cerca del gran ventanal, dejándonos uno frente al otro.
-Podéis empezar (continuara)
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