Dolores caminaba apresurada, dirección la oficina de Medio Ambiente. Se terminaba el plazo para adquirir el Marca-Respir; no tenerlo era peor, podría tener una importante sanción económica y no estaba para dispendiar el dinero.
Llegó a las inmediaciones de la oficina quedando angustiada por la interminable cola que casi daba la vuelta a la manzana. Era otro contratiempo añadido, había pedido permiso en el trabajo creyendo que terminaría rápido, sin prever la pérdida de tiempo que le iba a suponer el ponerse a la cola, lo cual supondría, además, el pertinente descuento económico en su ya precario salario. No tenía, por desgracia, otra opción y permaneció en la cola deshaciéndose en un mar de nervios.
Mientras todos esperaban, había varios individuos que repartían pasquines entre el gentío. En ellos se ofrecían diversas academias que, por un módico precio, enseñaban técnicas para economizar en respiraciones por minuto.
El Marca-Respir, era un chip subcutáneo colocado en el pecho, cerca de los pulmones que se encargaba de medir las inspiraciones por minuto, y ello ¿por qué?, porque las autoridades consideraban que el consumo de oxígeno era excesivo, por tanto, había que instrumentar los mecanismos para economizar el consumo de éste elemento indispensable para la perpetuidad de la humanidad. El método más eficaz, como siempre, era de carácter económico e instauraron un gravamen que, en función de las inspiraciones por minuto era preceptivo pagar una tasa mayor o menor.
El responsable del departamento tuvo la feliz ocurrencia, primero la de la tasa, segundo la del chip y, aprovechando que un pariente próximo podía fabricar éste componente, no dudó en promover la normativa que obligaba a ello.
Todo se articuló:
El importe del chip corría a cargo de cada individuo. Se estableció la tasa de mayor importe en veinticuatro inspiraciones por segundo, descendiendo en tramos de dos unidades, para los individuos normales. A los deportistas reconocidos se les permitía un mayor número de inspiraciones por minuto, hasta cincuenta, en pleno ejercicio de su actividad. A los mayores, se les permitía un mayor número de inspiraciones a una tasa reducida, los menores de edad estaban exentos hasta cumplir la mayoría, los enfermos crónicos disfrutarían de tasas reducidas, etc, etc, etc....
Para que el colectivo no viera en ello un mero espíritu recaudatorio, destinarían los fondos obtenidos a la proliferación de bosques y zonas verdes en las ciudades para que éste indispensable elemento químico se regenerase.
El Marca-Respir, se encargaba de transmitir a un gran ordenador central el total de inspiraciones, que luego eran facturados por periodos mensuales.
Dolores cifraba en veintidós su número de inspiraciones por minuto, y consideró la opción de acudir a una de estas academias para aprender técnicas que le permitiesen reducir unas cinco o seis, por ahí podría economizar. También le enseñarían a realizar actividades minimizando esfuerzo, por consiguiente inspiraciones.
El Marca-Respir se convirtió en una pesadilla de la que nadie podía escapar, agravada por la indignación de que, tras meses y años recaudando, aún estaban por ver esos nuevos bosques y esas nuevas zonas verdes en las ciudades.
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