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Triste y desdichada vida la de aquel pobre individuo harapiento y continuamente hambriento, la única forma que tenía de subsistir era rebajarse a la humillación de vivir de la compasión de los demás, lo que le convertía en un parásito al que la sociedad trataba de aislar.
Vivía y trabajaba bajo tierra literalmente, pues pasaba la mayor parte del tiempo en el interior del metro de Madrid, no solía desplazarse, simplemente se quedaba en un rincón y tocaba el acordeón. Aquél día solo recibió el generoso donativo de un alegre anciano, no obstante, eso le dio fuerzas para seguir adelante.
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