Aquella noche de verano, Amir se encontraba con dos de sus mejores amigos: Nicolás y Francisco. Nunca le gustó identificarlos de esa manera, él solía referirse a ellos como sus amigos más cercanos, para no arrepentirse ni reprocharse cuando surgían malos entendidos. Así era él, construía barreras invisibles todo el tiempo, éste era uno de sus muchos mecanismos de defensa cuando se sentía cabizbajo.
Recuerdo que esa noche llovía y se dirigían al billar de la esquina. No precisamente para buscar refugio, sino más bien para encontrar algo de diversión. Iban caminando cuando de pronto uno de ellos logró divisar a un gato. Un gato persa de color negro, que de por sí, era bastante difícil de distinguir en la oscuridad de la zona. Pero Nicolás lo encontró gracias a esos enormes ojos color naranja que brillaban en la noche. Era un animal intimidante, con unas facciones de odiar la vida y una envergadura bastante maciza para un gato.
Así que cuando Amir lo vio, se enamoró literalmente del animal. A pesar de estar mojado y sucio, encontró en él, el reemplazante perfecto para Rocky Balboa. Un pequeño gato que encontró abandonado en la calle y cuidó y protegió hasta la mañana en la que lo encontró muerto luego de haber sido envenenado. Hace dos semanas atrás.
Sin embargo, vacilaba entre llevarlo a casa o no. Era muy probable que pertenezca a alguien. A alguno de los vecinos. Se acercó a él e intentó tocarlo, cuando se dio cuenta de lo sucio que estaba. Era de esperar que su pelaje esté empapado por la lluvia y enterrado por el contacto con el suelo. Pero este gato estaba realmente sucio, tenía el pelaje tan unido como los dreads que usan los hippies, es decir no lo habían bañado en un buen tiempo.
Cuando Amir vio eso, se decidió a llevarlo con él. Y el pequeño animal no se opuso. Se dejó cargar todo el camino bajo la lluvia, como anticipando lo bien que sería tratado en su nuevo hogar. Sería entonces ésta su nueva mascota, y que por tradición, llevaría el primer nombre que se le cruce por la mente. El nombre que se presentó de forma aleatoria fue Diavolo.
Y Diavolo encontraría amor que no se había logrado percibir en Amir desde hace mucho. En poco tiempo se daría cuenta que él no era como los otros gatos. Cosa que cada dueño dice de su mascota por efecto propio del orgullo y cariño que sienten. Pero en realidad era así, por lo menos para él. De tantas mascotas felinas que tuvo en su vida, ninguna era parecida a él. Un animal tan complejo, con conductas bastante similares a las humanas. Tanto era esto que cuando volvía a casa por quien preguntaba antes que nadie era por Diavolo.
Sin embargo, una obviedad en los gatos, el animal era frío, indiferente a las caricias y mimos que Amir le ofrecía. Pero para cuando uno está tan acostumbrado a la soledad, el hecho de que dos enormes ojos te observen detenidamente por unos segundos, te hace sentir más lleno que nunca. Y es por esto principalmente, que Amir se encariñó rápidamente con el animal. Cuidando de él de una manera casi obsesiva, quizá parte de la cicatriz que dejó la partida de sus mascotas anteriores. En todo caso, siempre estuvo pendiente de las necesidades de su mascota, haciendo cosas que eran inusuales para él. Pero que hacía de forma inconsciente, nada más que por amor.
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