Ya estuvimos juntos en otra vida anterior. Lo sé, lo sentí cuando nos conocimos siendo tan jóvenes. La familiaridad, el entendimiento mutuo desde ese primer momento. Las conversaciones y el contacto de nuestras pieles fluía innato, sin tener que sufrir por los incómodos silencios que sentí parte de nuestros trascendentales diálogos inacabables.
Quizás como padre e hija, o madre, e hijo, tal vez; el calor de un paternal abrazo, el recuerdo de un amamantamiento o esa mancha caracoleando al final de tu espalda, no lo sé, pero lo sentí incrustado en mi más ancestral memoria, como vivido repetidamente. Incluso los nombres de nuestros hijos fluyeron al unísono de nuestras bocas. De tantos, que como estrellas hay, no tuvimos ni esa pequeña vacilación propia de personas ajenas, llegadas de lugares e ideologías distintas.
Quizás hayas nacido ya o estés naciendo ahora. Espérame, sólo te pido, pronto estaré contigo en el lugar que sea, donde nos arribe la marea o cruce nuestro camino.
Ahora recuerdo como añoro tus besos, tu cadencia al andar o esos espacios entre tus dedos que tantas veces rellené impaciente. Seguir tus pisadas en la arena reclamando tu atención. Verte golpear la taza de café con tu diminuta cucharilla. Tantos recuerdos me llevo, como dejaré tras de mi. Los recuerdos de nuestras vidas.
Ahora creo ver esa marca de nacimiento caracolear entre las estrellas, entre las olas o entre la muchedumbre deambulante, a todas horas. Añorando encontrarla en mi taza de café o en mis manos cada mañana.
Con esta tierra que esparzo sobre tu mortal cuerpo, construye el camino que nos unirá más adelante, cuando yo nazca de nuevo para ti. No te diré adiós porque te siento aún junto a mí. Tan sólo te diré un hasta luego, hasta que nos volvamos a reunir.
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