LUCIA DE DÍA, LUCIA DE NOCHE

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LUCIA DE DÍA 

Lucia era una mujer muy devota. Hasta tal punto era su fe en Cristo, que sus vecinos la llamaban “La Blanca Paloma”. Dadivosa con los pobres y con los necesitados, a los que nunca juzgó por sus creencias ni por su parlanchina soez. Costurera de oficio, vestía a los ricos. A los que miró de igual, sin juzgar su vanidad. Sin considerar mal a los reos que caminaron al cadalso, su enorme corazón nunca durmió con falsedad. Esforzada defensora de causas injustas, que por tutelar sarracenos, desafió al patrón. 

Entusiasta de la caminata diaria, que ejercía en el paseo marítimo, sus largos paseos culminaban con un rezo arrodillado ante la figura de la virgen marinera que, en su día, llegara como barco de derivado proceder. A ella le pedía siempre comprensión de mente, salvación de espíritu, humildad y sencillez. Esa era su vida tras veintitrés años de luchadora existencia y cumplidor percibir. 

La mañana del 14 de febrero de su décimo sexto aniversario, lo vio llegar con varios tomos bajo el brazo, de recio negro, un pelín desfasado y con brillante mirada que conmovió su estrechez. Desde ese momento, su aletargada coexistencia interior, abrió la puerta de olvidada la llave. A partir de entonces, sus paseos vespertinos, tuvieron doble sentido: el rezo diario y verlo de nuevo tal vez. 

Llevando sus votos hasta límites insospechados, se sinceró con el párroco que no entendió el por qué de su inmadurez. La edad era justa y era buena mujer. Expresando su agrado a salir del letargo, que con buenos ojos vivió su infancia.

  

LUCIA DE NOCHE 

Lucia era una ferviente lectora, que hasta sus dieciséis, sólo de religioso leer. Nunca sospechó que al conocer a Rodrigo, las noches urdieran la desazón del opinar. Amante descarnado y de mente profano, en los libros aprendió las artes del querer. Vivía en dos mundos, de entender separados, la noche de pasión y de día la fe. 

Despertada al amor y a sus otros encantos, los libros de Rodrigo comenzó a razonar. Hablaban del gozo y de la oscura ciencia, cuestiones que ella comenzaba a asimilar. Ya sus paseos no eran tan largos, con cierta prisa por, en los libros, volver al saber. Incluso al párroco tenía asustado, por cuestionar lo mundano en contra del dogma de féminas ser. 

La mañana del 14 de febrero de su vigésimo tercer aniversario, la echaron en falta a la primera misa antes de amanecer. La seductora noche de pasión consumada, empezaba al día quererse desayunar. Escribiendo poemas hasta altas horas,  del amor, la pasión y vuelta a la fe. Aún cumpliendo con sus diarios compromisos, las gentes debatían su raro resplandecer. Ya ni el párroco quería escucharla, pues del espiritual camino reconocido, bifurcaba en arroyuelos del nuevo beber. 

Por lo que la “Blanca Paloma” llamada Lucia, renombraron sus arropados no entendiendo su nueva vida de placer, que pasaba igual por rezar, ayudar, y coser, a la par de vivir y disfrutar como mujer. Y así Lucia fue recordada desde aquellos días tan puritanos y herméticos, sólo de mostrar fe, que “La Modestita Amante” pintaron en su frontis, ilustrando lo que ellos nunca hubieran podido, ni reconocer. 

 

Lucia de Día, Lucia de Noche: la misma persona, sin doblez, ni reproche.


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