¡Penetración!

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¡Penetración!

 Esta es la palabra que hace una semana me viene revoloteando en la cabeza. Yo no concibo otro significado para esta que no sea el que ustedes ya se imaginan. Me hablan de ella y ya el magín elabora una cadena de pensamientos que muy bien se eslabonan unas con otras, y conexas entre sí. ¡Pum! y ya concibo la palabra "lubricación". Otro ratito más y ¡pum! otra vez, ahora la palabra "placer", y así, sucesiva y caprichosamente: ¡pum! y "sometimiento", ¡pum! y "bombear", ¡pum! y "misionero", ¡pum! y "perrito", ¡pum! y...

 Algunos dicen que nosotras, las 'hembras', tenemos la imaginación más desarrollada que la de nuestros 'machos' congéneres. Dirán ustedes que es una presunción apresurada y hasta antojadiza, pero creo que no dista mucho de las muestras de verdadera suficiencia imaginativa que algunas mujeres dan y que refuerzan esta hipótesis. Mujeres como yo por ejemplo.

 Cuando era adolescente, catorce o quince años aproximadamente, un amiguito mío ----sin malicia, claro----, me puso al tanto de una escena que sin duda le llamaba la atención. Un perrodobermanmacho se montaba a unapoodlehembra, mientras sus amos, ignorando el asunto, se tomaban unas cervecitas a pocos metros de allí. Los habían dejado atados a un mismo palenque por sus correas; y lapoodle, no pudiendo escapar, el otro la sometía. Porque lo que veían mis ojos no era una cópula de dos, sino más bien una verdadera violación animal, de esas que se deberían inmortalizar en un video, por lo que se me figuró que si hubiera estado por allí uno de esos "caza escenas" del Animal Planet se habría dado por afortunado.

 El asunto es que yo vi esa escena, merced a mi prodigiosa imaginación ---he aquí la ventaja nuestra que decía--- totalmente transfigurada. El perrodobermanse me trastrocó en un fornido verdugo de la obscenidad, un negro liberto que ahora se recreaba en desahogar sus ansias de sexo, reprimidas durante siglos de opresión, tomando por chivo expiatorio a una jovencita princesa escandinava ---la pobrepoodle---, fina como nívea, a la que tenía cautiva y agrilletada en la cama de su inmunda guarida. Éste sin reparar en súplicas y ahorrándose la misericordia que nunca tuvieron con él, se avalanzaba encima y ¡toma, toma! princesita engreída, ¡toma, toma! hijita de papa, hijita de mis otrora amos déspotas y tiranos, ¡toma, toma! y sé la que recibe sin chistar...

 Una sacudida de mi amiguito hizo que, manumiso sádico, princesa nórdica agrilletada, guarida inmunda, y todo, se desvanecieran de mi magín como una exhalación, y volvieran a tomar su aspecto primero de cruda realidad, el de un mero sometimiento canino interracial.

 El que haya humedecido mis partes íntimas en ese lapso de prodigio imaginativo es cosa añadida. También lo es el hecho de que dos semanas después, tras una batalla interna de sentimientos encontrados, producto de la experiencia visual vivida, y en la que seguro mucho aportó la curiosidad y rebeldía propias de la edad, terminara recreando y en paños menores, aquella escena con el susodicho amiguito, dos o tres años menor que yo.

 ¡Penetración!

 La palabrita sigue ahí, revoloteándome el deseo y yo tan solita y sin amor. En fin, ya se me ocurrirá algo y prometo que os contaré todo. Adios.

                                                        ******


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