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Sus miradas fijas, enfrentadas, habían perdido la capacidad de distraerse en plena calle. Inexorablemente condenadas a separarse, sus pupilas se soltaron en medio de un intenso aroma a vainilla que él había percibido. Un grito después,-¡cuidado!. Él giró la vista levantando la barbilla hacia el cielo y vió la maceta precipitada al abismo. Ella apretó el gatillo y el proyectil impactó contra el cuello de él. Cayó. La maceta rompió a sangrar por la cabeza, perdiendo el control del arma que caminó hasta el borde de la alcantarilla. Sangre y sirenas
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