Era su jefe y quizás eso servía para explicar el hipnótico atractivo que tenía sobre ella. Se quedaba paralizada y sentía un sudor frío en la espalda cuando se le plantaba enfrente de su escritorio para pedirle hacer alguna gestión o simplemente socializar con ella.
No podía evitar que su mirada discurriese por cada detalle de su traje, hasta llegar al bulto en sus pantalones, que siempre prometía guardar un miembro generoso. Se preguntaba cómo sería (¿grueso? ¿largo? ¿circuncidado?) y fantaseaba con imágenes donde lo veía vestido muy formalmente sólo de la cintura para arriba.
Eso le provocaba escalofríos y le empapaba el coño de solo pensarlo.
Muchas veces, mientras lo veía exponer en alguna junta, apretaba sus piernas debajo de la mesa fantaseando que aquel hombre -más maduro- perdía la compostura entre sus piernas. Lo imaginaba empinado sobre ella hundiendo su grueso nabo en su vágina mientras ella mordía su corbata y su cuello.
Más de una vez soñaba que se comía su miembro mientras mamaba a su novio, aunque a éste último no le permitía acabar en su boca. Actitud que sería muy diferente si realmente fuese el Sr. Jaime quien la colmase con sus fluidos.
Aquella tarde, como la reunión era con los nuevos accionistas, el jefe no quería distracciones. En un gesto de confianza le entregó la custodia de su móvil para evitar interrupciones, el cual ella colocó en silencio y siempre visible por si le tocaba atender.
Comenzó la junta y ahí estaba él, en lo suyo, explicando planes y cifras; mientras que ella se lo comía con los ojos y jugaba con sus piernas, en búsqueda de un orgasmo que jamás él le daría. Distraída fantaseando que algún día dejaría de ser tan correcto y le insinuaría algo, la hizo volver en sí el vibrar del teléfono.
Vio una pantalla de mensaje abrirse en la pantalla y alcanzó a leer: Es que con ese culo también quisiera cogerla. Se quedó helada. Era el primer gesto fuera de sitio que en 4 años le salpicaba de su jefe. No aguantó la curiosidad y abrió la conversación.
Sintió ganas de llorar, al principio de los celos; luego, de la emoción. Era una serie de mensajes que su jefe intercambiaba con el director de finanzas sobre una chica que ambos deseaban y que con gusto -así decían- harían suya. Tras varias líneas descubrió que hablaban de ella y no pudo sino morderse el labio y sonreír.
Así viejo zángano, que me quieres coger pensó para sí dejando el teléfono de nuevo en su sitio.
Nunca supo explicar bien por qué, pero tampoco sintió vergüenza luego. Pero instintivamente, en plena exposición de su jefe, y ante la sorpresa de todos los presentes, estiro la mano y le tocó el bulto. Y antes de que éste pudiese reaccionar ya tenía el grueso miembro entre sus manos e intentaba llevarlo a su boca.
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