Incontables veces sonó la alarma del celular, antes de que aquel hombre decidiera levantarse. Aplazando durante cinco minutos, y otros cinco y cinco más, muchos más. Llegado cierto momento, el hombre se puso de pie y fue al baño. Al abrir la puerta, se encontró con que sólo había oscuridad. El cuarto de baño había desaparecido. Contrariado, miró hacia atrás; y atrás, donde hace segundos había estado su habitación, también era oscuridad. Intentó mirarse las manos. No estaban. Estúpidamente, intentó palparse el rostro y las piernas; intentó hablar. Consideró que todo era un error y que aún estaba en su habitación. Reclamó y lanzó improperios. Intentos fútiles y absurdos reclamos. Ya no había rostro ni cuerpo, no había voz ni habitación. Ya no había tiempo.
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