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La hablaba a sabiendas de que no obtendría respuesta, pero eso a él no le importaba lo más mínimo, pues se contentaba con quererla, aunque aquello no fuese recíproco. Finalmente la iguana se alejó hacia una roca calentita del terrario, ignorando las muestras de afecto recibidas por su cuidador y demostrado ser un reptil, animal de sangre fría, aunque él la consideraba una mascota tan digna como un perro o un gato.
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