Un Domingo sin nada mejor que hacer (parte I)

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Serían las tres y media, o quizás las cuatro. Levanté la vista de la pantalla del iPod para observar las nalgas de la chica que cruzaba la calle. Llevaba unos pantis negros ceñidos que dejaban intuir un tanga fino. En mis oídos se había asentado la melodía del Reggae. Sería buena idea desnudar a la chica que cruzaba la calle con esta canción sonando en los altavoces de su cuarto.”Welcome to Jamrock, camp where the thugs they camp at, two pounds a weed inna van bag...”. Al menos eso sería más interesante que estar aquí un Domingo esperando a alguien que ni siquiera conozco.

-¿Eres el amigo de Raúl?
-Sí -respondí- soy yo
-Ok, ven conmigo, tengo el coche aparcado en doble fila justo ahí -señaló en la dirección por la que yo había venido caminando hacía diez minutos- démonos prisa.

Subí al asiento del copiloto. Detrás estaban sentadas dos chicas. Tenían pinta de extranjeras y de llevar varios días de fiesta sin pasar por casa. Quizás su casa estaba a miles de kilómetros de dónde estaban ahora. Lo cierto es que desde que entré en la Universidad me he dado cuenta del gran número de extranjeras que vienen a las islas con la intención de estudiar, seguramente, lejos de casa, de papá y de mamá y en busca de algunas pollas desconocidas y lejanas al hogar que meterse en la boca. No me habría importado que uno de esos penes que esta rubia venía buscando fuese el mío. Aproveché que estaban en un estado que reconocí como embriaguez para observarlas, sin miedo a ser descubierto, a través del espejo retrovisor. La más guapa llevaba una blusa de mangas huecas holgada que dejaba al aire un sujetador negro que sostenía unas tetas considerablemente grandes que no hubiese importado meterme en la boca. Estaba echada de una manera que parecía poco cómoda sobre el asiento trasero de aquel coche. Tenía estirado el cuello sobre el cabezal. Pude ver que su cuello era largo y aparentemente delicado, como las ramas de un arbusto. Sus gruesos y carnosos labios estaban pintados de carmín rojo y, sinceramente, eran el único aspecto de su disfraz que parecía cuidadosamente retocado hacía poco. Cuando volví a fijarme en su canalillo me di cuenta de que me estaba mirando, sabía que la observaba y seguramente notó el aspecto lascivo de mi rostro, pero no hizo más que sonreir y decir:

-Aquí en Canarias los chicos miran mucho
-Sí -alcancé a decir aún asombrado ante la falta de reprimenda por mi descaro- es algo bastante típico -continué diciendo mientras volvía a ojear aquellas maravillas de la ingeniería de la naturaleza.
-Tenemos que pasar primero por el super a por unas birras -dijo el chico que vino en mi búsqueda- luego ya tiramos para allá ¿ok?
-Me parece bien -ninguna de nuestras acompañantes dijo nada.
Caí en la cuenta de que aún seguía oyendo mi música, “...come on let's face it, a ghetto education's basic, a most a the youths them waste it...” y estaba más atento a esta que a la que el conductor tenía puesta en el coche.


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