El amor es rojo, blanco, negro

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El amor no es rosa. No es rosa porque no lo percibo como un sentimiento sofisticado, amable, edulcorado de un ser humano hacia otro (habitual, o exclusivamente, atribuido a dos seres humanos de distinto sexo), pródigo en trémulos suspiros, en exaltaciones de cualidades etéreas, exageradas o, simplemente, imaginarias, proyectadas al infinito y al ser amado, a los que se quiere moldear a imagen y semejanza de los más elevados principios, bajo los cuales se oculta la propia inseguridad, la conveniencia, la defensa de la estabilidad personal, impostadas proclamas de rectitudes constituidas a medida del propio emisor y de sus ambiciones, de sus deseos más groseros o anodinas inclinaciones, máximas tapizadas de castidad y pulcritud, bellas cualidades sutilmente erigidas para regocijo de sus almas delicadas, gentiles, que huyen atemorizadas ante cualquier secreción biológica o social que pueda contaminar su refinado espíritu y se desvanecen sin remisión frente a la fuerza vital de lo sensible, humano.

El amor es rojo. Es rojo porque enardece, apasiona, surge de las vísceras, de los genes atávicos de antepasados que luchan por sobrevivir en un medio hostil en el que hay que reproducirse y medrar impulsados por el deseo de pervivir, acelera el pulso, desata el flujo sanguíneo, nos une carnalmente unos a otros, nos conduce al goce efímero y delirante, a la fascinación por lo exuberante y extremo, a lo íntimo, secreto y, a la vez, nos hace cómplices de las ansias más reservadas de otro ser que se entrega, nos abre al mundo exterior y nos vuelve permeables a sus misterios indescifrables a través de nuestros poros, de nuestros sentidos, que absorben los constantes estímulos que nos dirige desafiante para vencer la apatía y transformar lo insípido en apetitoso, lo oscuro en brillante, lo incoloro en tornasolado, lo vulgar en exótico, lo timorato en pasión, lo tosco en voluptuoso, lo prosaico en arte, aunque salga un ripio, pues, errare humanum est, y el solo intento de vencer la indolencia tiene su personal recompensa.

El amor es blanco. Es blanco porque nos acerca a la pureza, a un ideal que, por perfecto, no existe, pero sirve como modelo de conducta y nos eleva del reino animal a un ámbito de conciencia superior, al de los sentimientos, a la facultad de sentirnos individuos únicos y especiales que forman parte de una sociedad diversa, pero unida, justa, en la que cada uno se sienta libre y respetado, responsable de sus actos frente a los demás, exigente y compasivo con uno mismo, con el prójimo, una sociedad en la que todos sean valorados por lo que son, no por el ipod o el coche que tienen, puedan expresar sus opiniones y relacionarse con los demás en la forma que deseen, sean del mismo o distinto sexo, de raza negra, blanca, amarilla, encarnada o tutti colori, y nadie se vea por ello discriminado, perseguido, escarnecido, maltratado, violado, humillado, extorsionado o explotado en la forma que habitualmente son ejercidas estas actividades por dignos moralistas, respetables próceres, representantes de la patria, corrientes y molientes ciudadanos, mequetrefes, ilustrados catetos o simples follacabras.

El amor es negro. Es negro porque nos une con la otra cara de la moneda de nuestra frágil existencia, aquella fatalidad que abate a los demás pero nos negamos a aceptar en nosotros mismos, exaltados por la propia vitalidad del momento y el deseo de perdurar, a pesar de que la muerte forma parte de nuestro ser, de que en un lugar recóndito de la naturaleza crecen de forma espontánea y natural discretas rosas negras que, al igual que las rojas, hunden sus raíces en el mismo planeta, se nutren del mismo sol y también son bellas, de que la mayor expresión de la ternura surge en el momento que una persona amada languidece y, postrada en la cama, con los ojos cerrados, se va quedando, lenta, paulatinamente inmóvil, el pulso apagado, los músculos relajados, la tez blanquecina, la expresión evaporada, beatífica, inerte, en paz absoluta, silencio solemne, y deja su recuerdo en nuestra memoria más profunda, olvidadiza, porque es cobarde y débil, pero tenaz, persistente.   

Rufus


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