Daniela y el jardinero

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Daniela es una señora sobria, bella y distante. Su cabellera rubia, sus ojos gris verdoso, su cuerpo esbelto, despiertan el interés de más de un hombre. Pero ella no es de las que dan confianza y mantiene a todo el mundo a una respetable distancia.

            Daniela se ha quedado sola en casa, ya que su esposo y sus hijos están de vacaciones y ella ha tenido que permanecer en la ciudad por cuestiones de trabajo. Esa libertad repentina e inesperada ha despertado en la señora el deseo de vivir algo diferente.

            El jueves es el día en que el jardinero va a trabajar a la casa. Es un muchacho de algo más de treinta años, moreno, fornido y de pocas palabras. Como todos los jueves la señora Daniela lo recibe con el saludo cortés de cada semana. Desde el interior de la casa espía los movimientos del jardinero, hasta que lo ve comenzar con su tarea en el rosal, algo que ella sabe que le lleva un tiempo largo.

            Entonces la señora Daniela aparece en el jardín vistiendo una camisola blanca semitransparente, lleva lentes de sol y calza unas chinelas de taco empinado. Se detiene junto a la reposera, se quita la camisola y queda en bikini, una diminuta bikini turquesa. Se deshace de las chinelas de taco y se tiende a tomar sol ante la mirada del jardinero que trabaja en el rosal. Y desde su posición relajada en la reposera inicia una charla con el muchacho, le habla del magnífico día de sol, de las rosas, le pregunta sobre su vida fuera del trabajo, y desliza como al descuido que el señor y los niños están de vacaciones, muy lejos, y que nadie se aparecerá por la casa en varios días.

                        La señora Daniela gira sobre la reposera y se coloca boca abajo dejando a la vista del jardinero sus glúteos redondeados, abre las piernas y se acomoda la bikini, metiéndola bien dentro de la raya del culo. Después se desprende el sostén y solicita al jardinero si sería tan amable de pasarle protector solar en la espalda. El jardinero, diligente, responde que por supuesto, deja sus herramientas y se acerca a la reposera. Toma el envase del protector solar, aplica un poco sobre la espalda perfecta de la señora y comienza a extenderlo sobre la piel con ambas manos. Ella siente las manos recias del muchacho recorriéndole la espalda y un latigazo de calentura le recorre el cuerpo. Una vez que el muchacho cubrió toda la espalda preguntó si así estaba bien. La señora giró sobre sí misma, dejando el sostén sobre la reposera, y mostrándole las tetas le pidió que también le pasara por delante. Con una sonrisa lujuriosa el muchacho comenzó a untar a la señora sobre el abdomen y luego sobre sus senos, que al tacto eran suaves y firmes. Ella, entonces, le dijo que sería mejor entrar a la casa a beber una cerveza.

            Ella entró vistiendo solamente la parte inferior de la bikini, él la seguía excitado e intrigado a la vez. Una vez en el living, ella detuvo sus pasos de gata, se colocó frente a él, se arrodilló y aflojó la hebilla del cinturón, luego abrió la bragueta, bajó el pantalón, bajó el calzoncillo y tomó con su mano derecha el pene tieso y tibio del jardinero. Él estaba en éxtasis sintiendo su miembro en la boca de la señora, a la vez que percibía el perfume cítrico que ella siempre llevaba. Cerró los ojos y se dedicó a gozar.

            Luego de un rato de jugar con el pene en la boca hasta llevarlo al punto máximo de excitación, la señora Daniela se incorporó, tomo al jardinero de la mano y lo guió hasta el dormitorio. Una vez allí lo besó, le comió la boca con una lengua ansiosa y desesperada. Luego tomó el rostro del muchacho entre sus manos y le dijo, con tono de ruego, que la matara a vergazos.

            Y el jardinero cayó sobre ella en la cama, y la punta de su miembro abrió los labios inundados de la concha de la señora y comenzó a galopar sobre ella, a hincarle su carne viril en su cuerpo de hembra deliciosa. Y mientras él galopaba ella le aferraba los cabellos, viajando en una marea de placer, los ojos fijos en el cielo raso, una sonrisa brillando en sus labios sintiendo el goce burbujeando en sus venas, electrizando cada célula de su cuerpo. Y estalló en un orgasmo de gritos salvajes, de aullidos alegres, mientras todo su vientre era una tormenta, mientras la visión se le nublaba y la vagina se le ponía al rojo vivo. Y cuando le estaba llegando el momento a él, sacó rápidamente la verga y se encaramó sobre ella para ponérsela en la boca, la señora recibió sorprendida aquel regalo húmedo, enrojecido y palpitante, que se internó en su boca soltando chorros de semen que ella saboreó y tragó con hambre.

            Y ahí quedaron los dos, tendidos en la cama, recuperando el aliento. Bebieron juntos una cerveza helada en el living amplio y soleado, mientras junto al rosal esperaban las herramientas tiradas sobre el césped. Pero el jardinero siguió con otros trabajos, siempre indicados por la señora, como usar su lengua para untarle el culo con su saliva, y chupárselo y besárselo. Y después, cuando ella se lo ordenó, sodomizarla en el sofá, mientras ella se entregaba en cuatro patas a la intrusión anal de aquella verga poderosa. Y después sí, el jardinero volvió al rosal y finalizó sus tareas del día. Y recibió su paga de manos de la señora, ya enfundada en un jean y una blusa muy elegantes, y que luego lo acompañó hasta la puerta y lo despidió con la corrección y la cortesía de siempre.

 


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