Emilio el latero.

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Era Emilio el latero gitano de pura cepa; recortadito de cuerpo y oscuro de piel, conservaba el porte y la estampa del calé tradicional y por derecho: trajecito gris con chaleco ceñido y sombrero de ala ancha y botines con ligero taconcito.

 

Desempeñaba el oficio de latero, el único que sabía, cuyos conocimientos había adquirido por tradición familiar. Aunque ahora con los adelantos el negocio había venido a menos, nunca le faltaba una olla o cazuela que restañar, o cualquier utensilio de hojalata que idear: cántaras de leche, embudos... y toda suerte de enseres necesarios para el día a día.

 

Manejaba con matemática precisión las herramientas propias del oficio, como la regla, el compás o el soldador, al tiempo que entonaba coplillas de cantaores flamencos. Así, no era difícil verlo recorriendo las calles del pueblo con su cajita de herramientas de madera que llevaba sujeta a una correa de cuero, pregonando con la voz quebrada sus servicios.

 

En la misma puerta de tío Antonio Chirimías estableció el improvisado taller Emilio, pues le había encargado aquél que le arreglase el maltrecho perol de las migas.

 

Cigarro en la comisura izquierda del labio, limaba el desperfecto mientras canturreaba, bajo la atenta mirada de tío Antonio Chirimías, junto a él sentado.

 

A pares y nones

me tienes en vela.

Por toos los rincones

te busco, Manuela...

 

- Tío Antonio, ¿usté ha ido arguna veh ar Curto?. Inquirió Emilio el latero.

- ¿A qué Curto?. Contestó Chirimías.

- Poh al que hacemoh nusotroh en Plasencia...

- ¡Amoh hombre!, protestó Chirimías. - Pero si no creo ni en mi religión, que es la buena, y valedera...¿Cómo quiereh que crea en la vuehtra?.

- Eso sí...Admitió el latero.

 

El silencio zanjó tan profunda conversación entre los dos hombres y Emilio volvió al canturreo al tiempo que aplicaba con maestría el soldador sobre el desperfecto del perol.

 

Traigo de sus ojos negros

clavaíta la mirada,

qué cuchillo más certero

cómo hieren las palabras...

 

El sonido lejano de un helicóptero del SEPRONA hizo que Emilio interrumpiese su trabajo y que ambos hombres girasen al unísono sus cuellos hacia arriba al paso del aparato.

 

Poniendo el perol recién restaurado sobre el umbral, viendo alejarse al helicóptero, así habló Emilio el latero con mucho cuajo meneando la cabeza.

 

- ¡Hay que joése, tío Antonio!. ¡Lo que somoh ehcapaceh de haceh loh artihtah!...

 

Absolutamente verídico.


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