Ana sabe lo que hace

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La oscuridad que inunda el local no permite apreciar bien las caras que lo pueblan. Una reluciente pajarita se dirige a mí. ¿Que va a tomar el señor? No contesto y la pajarita no sabe que hacer, parece que decide escabullirse y darme tiempo. La vista se va acostumbrando y las caras se van haciendo visibles, lentamente. Casi mejor que permanecieran en la oscuridad, en lo desconocido. Arrugas, pintura y carmín, ojos tristes que la noche hace parecer cansados. Al final de la barra una mujer, delgada, escotada, fuma y me mira. No es de extrañar, todas las mujeres del local me miran, todos los hombres miran su copa y el camarero de la pajarita resplandeciente se dirige a mí con la compañía de un calvo, con perilla, poca estatura y seguramente, también, poco sentido del humor. La pajarita se mueve para decir. ¿Que va a tomar el señor? No me apetece hablar. El de poco humor, poca estatura y menos pelo sale de la parte de atrás de la barra, él tampoco dice nada, cuando está a punto de llegar a mí un brazo pasa por detrás de mi cabeza y se apoya suavemente sobre mi hombro, una voz cerca de mi oreja, dice. Ponnos una de ciento cincuenta. El pequeño se para, espera. El camarero pone una botella, dos copas, espera. No digo nada. La mujer delgada abre la botella, llena las copas. No digo nada. El camarero se marcha, el pequeño también, la mujer delgada bebe. Yo miro mi copa y me pregunto si ciento cincuenta es la cantidad que me imagino. Mientras, ella, me pregunta como me llamo. No digo nada. Entonces, pregunta si no tengo buen día, y yo me pregunto que coño hago allí. Ella dice, me llamo Ana. Yo estoy bebiendo y no digo nada, para no atragantarme. De donde eres. Para que vienes aquí. Quieres que me marche. Sí, digo. Gracias cerdo. De nada puta. La pajarita está, de nuevo, delante. El enano calvo, detrás. Son ciento cincuenta euros, señor. Pero, puedo acabar la botella o me la llevo puesta. Son ciento cincuenta y puede hacer lo que le apetezca, señor. Pongo la tarjeta encima del mostrador. Al momento mi saldo ha descendido y mi mal humor aumentado. Cojo la botella y me dirijo hacia la puerta, la botella boca abajo, un río de espuma marca mi ruta, las mujeres me miran, ahora los hombres también. Salgo. Me temo lo peor. No pasa nada, solo Ana sale. Acompáñame a casa. No digo nada, pero la sigo.  


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