Francisca "la franca"

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Era Francisca la franca la mujer de Felipe Misterio, el kiosquero. Mujer malencarada y grosera, recibía su apodo no tanto por ser el paradigma de la sinceridad, sino por otras razones menos relacionadas con valores personales.

Se había criado Francisca en el cuartel de Tetuán, debido a que su padre, conocido en su trabajo como el cabo Hostias, estuvo destinado durante su larga y a la vez poco brillante carrera militar en el citado destino. Así, pagaba sus frustraciones personales y profesionales haciendo la vida imposible a los pobres reclutas que acudían a hacer el servicio militar desde la península.

Así fue como Francisquita mamó desde pequeña la disciplina castrense, haciendo de la tirana rectitud su seña de identidad y del desprecio al diferente una de sus razones de ser. Era, como es de suponer Francisca, el ojito derecho de su padre. Hasta que dejó de serlo...

Dejó la niña de ser niña y se hizo mocita y no tardó en fijarse en uno de los reclutas que había llegado al cuartel en el último reemplazo de chicos procedentes de la península. Felipe, un tímido chaval extremeño que pronto se convirtió en el objetivo de la hija del cabo.

Miradas furtivas, sonrisas tímidas, guiños de ojo. Felipe abandonó su timidez a la vuelta de un permiso de tarde y Francisca acabó perdiendo la flor en un encuentro fugaz en el almacén de la ropa cuartelera. Entre sábanas con el escudo del ejército de tierra y uniformes militares recién planchados.

Cinco meses después, la joven pareja abandonaba el cuartel, ella repudiada por su estricto padre y él huyendo de las serias amenazas "castrenses". Y así fue como se establecieron Francisca la franca y Felipe misterio en Aldehuela.

Francisca nunca renunció a sus orígenes ideológicos y no tardó en hacer méritos para que en todo el pueblo fuese conocida como Francisca la franca.

- Eh bajita, tiene mala leche y, encima, tiene bigote.- Se justificaba tío Antonio Chirimías ante Felipe Misterio.

- ¡No se pase, tío Antonio, que eh mi mujé, y no tiene bigote!. Protestaba Felipe.

- Sí lo tiene, Felipe, pero le queda mu bién-. Trataba de suavizar tío Antonio Chirimías.

 

Llevaba muy a gala Francisca la franca su intransigencia, hasta el punto de ponerla de manifiesto en su oficio de kiosquera. De este modo, cualquier alusión que se hiciese que tuviera que ver con moros, negros o rojos, era contestada por la señora con grandes exabruptos.

Mucho se divertían tío Antonio Chirimías y su compadre Marcial Cascorro el teniente, cuando sacaban de quicio a la mujer utilizando para ello la candidez de los niños que jugaban en la plaza:

- Niño, ven que me vah a hacé un favó. Ándate al kiosco la franca y el pideh "El imparciá" y "El mundo obrero" y le preguntah que si va a recibí "Lah Memoriah de Carrillo".- . Y el niño acudía solícito a hacer el recado. Al punto, se le veía salir corriendo del kiosco como alma que lleva el diablo y en toda la plaza se oían las voces de Francisca la franca para divertimento de los dos compadres.

Aún se recuerda el día en que el pobre niño Angelito Trechinda, tuvo que poner pies en polvorosa cuando pidió a la kiosquera golosinas que estaban de moda en la capital:

- Buenas tardes, señora: ¿me da tres "regalines" rojos, dos moras negras y un paquete de "Conguitos"...?

 


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