Con el paso de los años se acostumbró a vivir en la sombra. Su gran dolor hizo que olvidara quien había sido, se alejó de los bullicios, de la sociedad, se encerró en su mundo con la soledad, Se auto compadeció y se conformó con ver la vida a través de las cortinas. Contaba una y otra vez los ochavos que su abuela le regaló y a las nueve en punto, el primero de cada mes, le sacaba el brillo a la fotografía del tipo ordinario que la embarazó, también de vez en cuando recordaba su pasado viendo las novelas en el televisor.
Pagó una condena por una falta que nunca cometió, se entregó a un hombre y se equivocó, la pobre muchacha, solo condescendió, a los deseos del macho que la enamoró. Desde su ventana, siempre lo admiró, por tantas mujeres que al lecho llevó.
Cuando le conoció, lo consideraba, una bella planta que en el campo brotó, con el tiempo, se fue dando cuenta, que simplemente era un conjunto de despojos sin ningún valor.
Durante los veranos, al caer la noche, abre su ventana y deja que la brisa acaricie su cara, con sus manos suaves bosqueja una figura que nunca termina, el mar, le regala una serenata cuando la oye llorar, las farolas de la calle, le dibujan en el cielo, montones de sueños rotos que se ha dejado atrás.
La pobre muchacha, ya no puede más, rompiendo su foto, se corta las venas con pedazos de cristales que cubren el suelo de sangre y de penas que nadie sabrá.
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