Contaba Chirimías, limpiándose con el pañuelo moquero las lágrimas de la risa, la historia de la tía Fidela, para regocijo de los presentes.
Era la tía Fidela una de las más viejas del pueblo; tanto lo era que el reuma y otras dolencias articulares acotaron sus movimientos al solo territorio de la casa. Cuando el tiempo mejoraba, se aventuraba la buena señora a ir de vez en cuando a la iglesia. Tampoco tenía timón el gobierno de su mente, y daba en ocasiones claras evidencias de haber perdido parte de la sesera y también del oído. Aunque su hija Esperanza, que era la que la cuidaba, se quejaba muchas veces de que la sordera era, digamos, selectiva; pues la tía Fidela acabó oyendo lo que le interesaba y no escuchando lo que bien no le venía.
Desesperaba en muchas ocasiones Esperanza (aunque fuera ésta la última que deba perderse), y a veces le soltaba alguna fresca a la vieja.
Gobernaba la Fidela desde su sillita, toca de punto sobre las piernas, señalando con el bastón las cosas que se le antojaban y reclamando constantemente la atención de su desconcertada hija. Ésta se pasaba el día brujuleando por la casa, sin poder poner fin a sus quehaceres, hasta que la vieja se acostaba. Eso sí fue Fidela señora, mientras tuvo el control de su cabeza, muy dada a la chanza y a la broma; así, de cuando en cuando, soltaba algún ramalazo de ese sentido del humor que antaño tenía. Muchas veces, a sabiendas de que a Esperanza molestaba, utilizaba su ingenio para sacarla de quicio.
A la sombra de la parra que había en el corral, tomaba el sol la tía Fidela, cuando sonaban con eco lejano las campanas de la iglesia. Su hija Esperanza, aprovechaba la tarde para adecentar los geranios y las gitanillas que adornaban en grandes tiestos las ventanas.
Hija, ¿a qué tocan?
Madre, a misa.
Otrah veceh hepodíoir, pero ya no puedo. ¡Ay la reuma!
Al ratito, otra vez tocaron las campanas:
Hija, ¿a qué tocan?
A misa, madre, a misa.
¡Ay, hija, ya no puedo, ya no puedo ir!. ¡Qué mal ando de loh remoh!
Pasaron cinco minutos y volvieron a hacerse notar las campanas:
Hija, ¿a qué tocan?.Repreguntaba Fidela, viendo como a su hija se le acababa la paciencia.
Y Esperanza, cansada de la dichosa pregunta, contestó con energía mirando a la madre con desdén:
Madre, ¡a joer!. ¡A joer ehtán tocando lah puñeterah campanah!.
Y a la tía Fidela, quien tuvo retuvo, le vino a la boca una atinada respuesta:
Pohhija, tráeme la garrotina, a ver si puedo poneme de lah primerah.
Cuenta Antonio Chirimías, muy amigo de la chanza,
un chascarrillo muy fino de la madre de Esperanza.
La tía Fidela en el patio, sentadita al sol estaba,
cuando con eco lejano ya se escuchan las campanas.
¿A qué tocan, Esperanza?, dice dando la tabarra.
Resguardada a la sombrita que estaba dando la parra.
¡A misa tocan, a mi misa! Responde desesperada,
cuando la vieja pregunta al sonar la campanada.
Y como el tanto indagar saca a su hija de quicio,
ya responde algo airada harta de tanto servicio.
¡A joer tocan, madre!, cansada de la matraca,
responde ya la Esperanza; más la vieja contraataca:
¡Pues si es a eso, anda presta a traerme la garrota,
que si voy de las primeras es seguro que me toca!.
No olvidéis que la Fidela fue mujer de chascarrillo,
y aprovechó la ocasión pa volver a darle brillo.
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