La crisis de fe de Don Facundo (y 2)

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El episodio referido causó gran conmoción entre los vecinos y sobre todo en don Facundo el cura, instalado desde entonces en el pensamiento de que lo acaecido no era otra cosa que un castigo del Altísimo. En efecto, ya en el seminario, siendo entonces un chaval, el viejo instructor don Perfecto, le había tirado varias veces de las orejas y soltado algún sonoro tortazo, por las capciosas preguntas que sobre la Santísima Trinidad el joven le hacía. Por ese motivo, no le resultaba cómodo a don Facundo, ya siendo sacerdote, explicar tan inexplicable dogma de fe.

Ante esta tesitura, estuvo madurando el sacerdote la idea de colgar los hábitos y abandonar de una vez por todas el sacerdocio, pues era tema de enjundiosa importancia para los cimientos creyentes de un buen pastor. ¿Cómo renegar de la Santísima Trinidad un sacerdote?, ¿cómo entender que algo puede ser trino y uno al mismo tiempo?.

Así las cosas, se puso en contacto con don Senén, obispo de la Diócesis, al que le confesó sus pensamientos. Éste, como persona juciosa que era, le recomendó un tiempo prudencial de meditación antes de tomar una decisión precipitada.

Mucho se le notó la desmejoría a don Facundo, dejó de comer y perdió las ganas de hablar. Solía vérsele meditando a la sombra de los árboles, mirando a la nada, o paseando por la ribera del arroyuelo. Las misas las daba casi por inercia, relajando su discurso inquisidor y perdiendo el apetito desmedido de castigo de pecados ajenos.

Una tarde muy discretamente, acudió don Senén el obispo a casa de don Facundo, para ver en qué términos se encontraban sus dudas, con el fin de despejarlas. Se saludaron con afecto. Sirvió Rosarito el café con leche y perrunillas para la merienda y salió de la estancia. La muchacha era feota pero con buenas hechuras de hembra, muy aficionada al canto y a tocar el piano. Al estar al fin solos, se atrevió al fin don Senén a entablar conversación, haciéndolo del modo más cercano posible:

-         Te veo deprimido, Facundo.

-         Ya ve, don Senén, he perdido la ilusión, me paso las tardes sin otra ocupación que la de hacer solitarios y de echar mano a mi rosario…

Un espeso silencio valorativo se apoderó del momento. Sabedor era el obispo de las habladurías que había en el pueblo sobre la estrecha relación entre Rosario y su tío. Respiró tranquilo don Senén cuando don Facundo se echó mano al bolsillo y le enseñó un pequeño estuche plateado con un crucifijo donde guardaba el collar.

Salió al punto el sacerdote a aliviar su vejiga al tiempo que entraba en la salita la buena de Rosarito a retirar la bandeja de la merienda.

-         Qué bien te veo Rosario. Intervino el obispo.

-         No me quejo, señor obispo.

-         Buena mujer y buena cristiana. ¡Sí señor!. ¿No tienes pretendientes?.

-         ¡No, por Dios!.Se ruborizó la mujer. ¡Arriba está el que en mi soledad me consuela!.Dijo, señalando con su índice hacia el cielo. En ese preciso instante, el sonido de la cisterna que don Facundo acababa de vaciar en la planta alta, volvió a dar paso a un violento silencio.

…….

El rumor de la crisis de fe se extendió por el pueblo, por medio de Sebastián un paisano que trabajaba en la diócesis de operario de usos múltiples. Llegó también a tío Antonio Chirimías, que aunque no era partidario de la iglesia, sí le había cogido cierto afecto a don Facundo, quizás por aquello de lo malo conocido…

Un tarde viniendo del huerto a lomos de la mula Cantana, se encontró con el cura que venía de dar su paseo.

-         A lah buenah, señó Facundo, he oído que quiere usté dejá de sé cura, ¿no?. Por aquello del treh en uno…Espetó tío Antonio.

-          ¿Ehhh?. Se quedó sin palabras el sacerdote.

-         Que si uno, que si treh… que si uno planea y el otro no…continuó Chirimías, ante el asombro de don Facundo.

-         Sean uno, treh, veinte o cien, ¿loh tiene uhté que mantené?.

La pregunta pilló desprevenido al cura que solo acertó a balbucear

-         Pues no…

-         Pueh entonceh déjese de tonteríah de si uno, treh o cincuenta, porque sean loh que sean, loh que loh tenemoh que mantené somoh nusotroh…

Y se alejó Chirimías del cura azuzando con parsimonia a la Cantana. 

 


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