La lluvia caía con fuerza, gruesas gotas de agua resonaban en el suelo cubierto por un manto de brillo que jugaba con las luces. La figura de mujer parecía pequeña y ligera. Sus pasos, que querían ser firmes, encontraban el obstaculo de un pavimento resbaladizo, que la hacía caminar con precaución demorando su marcha. Se resguardaba con un pequeño paraguas cuya protección ella desdeñaba a veces, en aras a su deseo de llegar antes. La luz de una farola iluminó un rostro preso de la ansiedad, con un brillo de resolución en los ojos. Su cara, de rasgos correctos y edad indefinible, denotaba no obstante que había dejado atrás la primera juventud. Sin embargo, su cuerpo delgado y ágil hablaba de fuerza y, sobre todo, de decisión.
Las campanas de una iglesia cercana sonaron nueve veces y ella aligeró el paso. -Falta poco, se dijo. Y siguió.
La puerta era grande, antigüa, con una abertura más pequeña por la que se accedía al interior. Ella vaciló y sacando un papel del bolsillo lo consultó. Sí, era allí. Poseía la llave que le llegó por correo y que con tanto cuidado guardaba. La sacó y probó en la pequeña cerradura. Observó que sus manos temblaban. Por fin iba a verte. A tocarle. A oir su voz. A sentir su cuerpo. A entregarse a él. A ser su esclava. A rendirse a lo que él era: su Dueño. Nada en el mundo deseaba más. El resto.... lo vió lejano. Ajeno. Como si ya no perteneciese a otro mundo más que a este.
Se extrañó de haber dudado alguna vez, comparando su excitación, su exaltación, su tremendo deseo, con la monotonía de su vida. Sentía el latir de su corazón, el fluir de su sangre. Era consciente de todas las fibras de su ser, sabía que cada una de ellas respondia a este momento. Notaba una especial claridad mental, como si sus sentidos estuviesen en un estadio superior. Notó su cara encendida, sus pechos henchidos, su vientre palpitante, su sexo completamente mojado con una excitación permanente. Quiso que se parasen todos los relojes, que el mundo permaneciera quieto, estático, que el universo reconociera su verdad y que le concediera la ayuda de la naturaleza. Reconoció la plenitud de este instante en el que nada ni nadie podía detenerla. Estaba donde quería estar y con las sensaciones que había anhelado siempre. Se sintió bella, con la belleza de la autenticidad. Habían desaparecido aquellos pequeños defectos que siempre la preocuparon. El se lo había dicho: Tú eres bella porque eres mía. Tienes que cuidarte como nunca lo has hecho, porque tienes que cuidarte para mí. Mirarte y acariciarte y verte bella. Piensa que yo te veo hermosa y que acaricio tus pechos, tus caderas, tu vientre, tu sexo.... con levedad, despacio, suavemente... y que tu me sientes en todos los puntos de tu cuerpo y me anhelas hasta..... es entonces cuando tu mente y tus manos se alían para la culminación. Una culminación tan intensa que tus ojos se llenan de lágrimas de placer. ¡Llorar de placer! Ella había llorado de placer solo con el poder de su mente y la habilidad de sus manos. Y sobre todo con El, siempre en el centro de sus pensamientos.
El, su Amo, su Dueño, su Señor.... que podía disponer de ella enteramente y que ella deseaba hasta la locura. El desposeimiento de su cuerpo y de su mente había sido doloroso hasta la entrega total. A partir de ahí, ella no había sido otra cosa que suya. Completa, integramente suya. Sus pensamientos se concentraban el Él y su deseo era constante y su excitación continua. Ni un solo momento dejaba de tenerlo en si y para si. Lo pensaba de día, lo soñaba de noche y lo vivía siempre. Sintió que la emoción la embargaba.
Respiró hondo, metió la llave en la cerradura, giró y la puerta.... se abrió.
DELACH.-
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