Lo había logrado, había vencido y ahora tenía a su adversario a su merced para hacer con él lo que quisiese, pues estaba sumamente malherido y abatido, arrastrándose por el suelo y lanzando miradas quejumbrosas a diestro y siniestro, dado que predecía que había llegado su último momento. En un primer momento pensó en acabar con la vida de su miserable rival, pero por alguna extraña razón cuando desenfundó su espada y se dispuso a ensartarle detuvo su acción justo antes de atravesarle. No podía hacerlo, pues su contrincante había luchado con auténtica maestría y en aquel momento se hallaba completamente desprotegido, no hubiera sido muy digno de un vencedor cometer acción tan cobarde.
Decidió finalmente perdonarle la vida, aun a sabiendas de que probablemente volvería en un futuro y podría acabar con él por no haberle eliminado cuando tuvo la oportunidad de hacerlo, no obstante, el verdadero valor de un guerrero se encuentra en su corazón y mientras siga sus propios designios siempre se sentirá completo y realizado, gane o pierda.
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