Seni

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Las noches siempre son lo más difícil. Se decía Vicente Séni, párroco de una pequeña iglesia que se encontraba en el corazón de la colonia San Juan. Vicente sentía que las pesadillas lo atormentaban desde antes de que naciera. No recordaba alguna época en que no lo persiguieran.

Con los años esos sueños se habían agudizado y hacía tiempo que eran incontrolables. También era claro que con el pasar de los años se habían vuelto más complejos. Habían cambiado. Cuando Vicente era niño, en sus sueños empezaron a atormentarlo los animales que mataba. Esos malditos gatos y conejos que atrapaba y torturaba hasta verlos morir mutilados o desangrados. Lo hacía de ese modo, quizá porque sentía que eso era lo que su padre le hacía sentir a él. Nunca lo dejaba en paz. No importaban los pretextos. Su padre siempre llegaba a los golpes y a la tortura para reprenderlo. Muy rápido Vicente dejó de preguntar las razones. Sabía que así era y ya.

Una gota en la mesa. Un golpe en la cabeza. Una cama mal tendida. Una patada en los testículos. Un sonido con la boca al comer. Un labio abierto de un manazo. Una lágrima. Un puño.

Entró al seminario siendo muy joven. Su padre lo quería comprometido, con algún objetivo. Quería para Vicente una vida más espiritual para ver si de ese modo componía todo lo que hacía mal, que a sus ojos era mucho.

El joven Séni solamente encontró en esa nueva vida nuevas formas de abuso y más golpes. Se volvió callado y tímido.

El amor de Dios le sabía a sangre y a semen.

Los años en el seminario terminaron por convertirlo en un cura rígido, estricto y con muy poca paciencia. Cambió los conejos y los gatos por mujeres jóvenes y con serios problemas de auto estima. Las prostitutas le parecían las más indicadas para reprender siempre que podía.

Una mañana, el padre Séni decidió salir a pasear por la colonia. Se detuvo en la calle Paraíso y justo en la esquina encontró a una niña muy joven. La piel y las formas de ella anticipaban a una mujer hermosa. Ya la había visto antes.

––¡Niña!–– gritó el cura. –– ¿Te llamas Inés?

–– Inés ¿qué?

––¿Cuántos años tienes, niña?

––El hombre ese con el que estás siempre, ¿es tu tío?

––¿Y qué haces con ese hombre? Necesitas tener a tu lado a alguien que te enseñe algo.

–– Ah, ¿sí? ¿Cómo qué cosas?

––Por el amor de Dios niña, qué vas a saber tú de la vida o el tipo ese. Deberías dejar de perder el tiempo en la calle. Eso es lo que deberías estar haciendo.

–– ¿Cómo dices? No seas tonta, deberías estar en la escuela.

––¿Por qué dices que la escuela es una…tontería?

––¿Dónde está tu padre? Él es el que debería estarte corrigiendo.

––¡Deja de decir malas palabras, escuincla del demonio!

––¿Cómo que se largó tu hermano?

––¿Y tú mamá?

––¿Entonces ahí decidiste ir con ese que le dices Gordo?

––¿Quién es esa Rama?

––¿Y el Gordo las cuida a ti y a la Rama?

––¿Y de qué trabajas, niña?

––¡Por eso! ¿Qué haces para ganar dinero?

––Entonces eres una prostituta. Seguramente tú eres la más joven.

––¿Has abortado, Inés?

––Mataste a tu hijo. ¿Te das cuenta?

––Dios no comete errores, Inés y a Él no se le devuelve nada. Lo que hiciste es un pecado. Y lo que hablas son blasfemias.

––Lo haces todo el tiempo, Inés. Todo el tiempo. ¿A qué hora empiezas a trabajar?

La mente de Vicente Séni ya estaba excitada con la conversación de la niña. Sabía que necesitaba controlarse. Respirar y dejar de hablar con los conejos. La boca se le empezó a llenar con ese sabor peculiar del amor de Dios.

––¿A qué hora terminas?

––Así que todo depende de los Clientes.

––¿Cuánto cobras, Inés?

––¿Y no te cansas, niña?

––¿Bicarbonato? ¿Y cómo te lo da?

Séni empezó a reír con la respuesta de la niña. No podía creer su inocencia o su falta de inteligencia.

––Me río porque lo que te dan no es bicarbonato, niña babosa. Es cocaína.

––De acuerdo Inés, cree lo que quieras. ¿De dónde la sacas? Estás metida en un serio problema.

––¿Qué otras personas?

–– Lo que estás haciendo es vender drogas. ¿No lo ves, niña estúpida?

––Esos encargos son exactamente eso.

––Te vas a ir al Infierno, Inés. Eso es lo que va a pasar contigo.

––Porque dices blasfemias, vendes drogas, eres una puta. Por eso. Todo eso es malo.

––Por sentido común, Inés, por puro sentido común deberías saber que eso es malo.

––Probablemente, niña. Probablemente yo también me condene, pero ¿sabes que va a pasar con esa colita de conejo tuya? La voy a limpiar de todos sus pecados.

La policía no tardó mucho en dar con Inés, solamente siguieron los restos de sangre por el callejón y ahí, en pedazos, lograron armar lo que quedaba del cuerpo de Inés.

Los santos oleos los dio el Padre Vicente Séni.


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