Era de noche, llovía desde hacía tres días, el camino, dejó paso al agua q formó riachuelos, sobre los que flotaban las hojas de los eucaliptos y pinos que te rodeaban, también restos de algún ciprés, dicen que el ciprés es el árbol de los cementerios, nunca supe porqué. Las ropas se me pegaban al cuerpo, mi cabello se volvió rudo y salvaje, me sentí como una estatua más que decora vuestros jardines, todos ellos lucen llenos de flores hermosas, dan luz y color a la tristeza que habéis dejado en muchos corazones. Las velas iluminan la oscuridad que arrastra ese lugar, dejan al descubierto la imagen de quienes fuisteis. La música seguía sonando, la fiesta de nuestro patrón se estaba celebrando, allí cerquita de ti, recuerdo lo mucho que te gustaba, también recuerdo esconderme detrás de la iglesia y contemplar la estatúa del ángel caído, una de sus alas estaba dañada, gracias a unos vándalos, que por falta de valor decidieron pelear con un trozo de piedra con cuerpo de hombre y las alas más hermosas que cualquier ave hubiera envidiado. Siempre me regañabas por mi poco temor a la noche, yo te preguntaba por aquel ángel guardián, más de una vez te había jurado verlo volar sobre las tumbas, siempre decías que poseía una gran imaginación. Esa noche de la fiesta me escapé, necesitaba correr detrás de la iglesia y esperar escondida a que tú me encontraras, nunca llegaste, pero él sí estaba allí volaba en círculos sobre tú tumba y de pronto de en medio de la oscuridad brillaron estrellas, escuché por primera vez su voz, me decía que cerrara los ojos y lo hice sin demora, entonces sentí tú mano junto a la mía, el olor de tú piel me recordó a cuando era niña y dormía entre tus brazos. Por primera vez desde tu muerte me sentí feliz, lloré pero no de dolor, ni de tristeza, sino porque en el fondo de mi corazón su voz me repetía que tú jamás te habías ido.
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