EL REGRESO DEL ASTRONAUTA

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Parece el mismo pero no lo es. No, el que se marchó hace veinte años. Aquel chico de veintisiete años que era el portador de ilusiones inagotables, persistente defensor de los sueños. El que parecía haber salido de un cuento infantil cualquiera, donde es habitual que los protagonistas sean, cuanto menos, promiscuos entre quimeras y una profunda búsqueda de posibilidades inoportunas a lo establecido.

Parece el mismo, pero es otro. Su rostro ha cambiado, como su mirada, lánguida y perdida a través del cristal que nos separa. Perenne atributo a quien tenía puestas demasiadas esperanzas en que el ser humano es superior, de ello, su supremacía en el planeta tierra. Una superioridad que ahora ha quedado en entredicho.

Lleva casi dos meses encerrado. Ya lo sabía cuando se marchó, cuando le expusieron todos los inconvenientes de ese largo viaje del que ha regresado sin regresar. De ese agotador periplo por otros mundos. Sabiendo que al volver se tendría que enfrentar a éste duro examen que, creo, le esta minando. Pero que era factor, sine qua non, el que, como los buzos necesitan un periodo de descompresión al terminar una larga inmersión, él estaba obligado a participar en su propia descompresión emocional.

Veinte años fuera de la tierra, visitando y descubriendo mundos nuevos, donde me hizo entender, a través de la ranura que nos sirve de único punto de contacto, con sus hermosos dibujos, que llegaba empapado de nuevas maneras de hacer vida, de encarar el hábitat, de comunicarse. Ahora debía adaptarse otra vez a su viejo planeta. A entenderse con su prójimo conversando, recordando, explicando, concibiendo, por qué hay mundos donde no hace falta hablar, donde hay cielos de color esmeralda, donde había visto a los árboles hacer el amor, donde un pez podía transitar su vida entre líquidas superficies desconocidas para terminar comiendo de esos mismos árboles tan cariñosos.

Y por eso, aunque parece el mismo, no es así. Tengo la sensación de que quiere leer mi mente cuando se abstrae absorto mirándome durante esos eternos minutos. Haciendo pausas interminables, donde creo que intenta hurga en mi cerebro para saber si lo que le pregunto, verdaderamente, es necesario para mi saberlo. Donde veo físicamente al hombre que compartió mi vida hasta su marcha, pero no encuentro a la persona que participó en que nuestras vidas fueran casi perfectas.

Parece el mismo, pero no es ni su sombra. Dentro de dos días volverá a casa, me lo devolverán después de dos décadas de misión. Espero poder hacer que también aterrice su mente. Volver a la tierra para encontrarse el estéril lugar que hemos creado desde su partida, tiene que ser duro de asimilar. Ver, a través de las ventanillas de su módulo de aterrizaje, que sólo quedan capsulas intermitentes de áreas pobladas, esferas dispersas donde nos tenemos que proteger de ese aire envenenado que nos rodea, debe ser un duro golpe para quien fue en busca de la divergencia.

Aún recuerdo el primer día de su regreso, cuando al volver a encontrase nuestros ojos de nuevo, nada dijo, sólo observó mi rostro, mi expresión de alegría desbordada, para asentir lagrimeando. Donde pude discernir que el personaje protagonista de aquellos cuentos de ficción ya no estaba, que sólo me iban a devolver una carcasa de navegante espacial sin el hombre que dejó éste planeta lleno de vida. Y ahora, soy yo quien tiene que hacer aterrizar al astronauta.


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