Se sintió desolado, aquello no le podía estar sucediendo a él, pues siempre fue una persona ejemplar y jamás hizo algo que pudiese perjudicar a otra persona, sin embargo, allí se encontraba llorando desconsoladamente, tendido en aquel frío y pedregoso terreno sin vida.
Era aquella una noche nublada, sin estrellas, gélida y ni un ápice de calor humano rezumaba por aquel muerto paisaje. Finalmente pensó:
Nadie merece ser abandonado en un lugar desconocido y deshabitado y menos sin razón, pero en esta ocasión mi moralidad no parece de utilidad, incluso aunque yo nunca esté dispuesto a abandonarla.
Después de sucesivos días sobreviviendo como podía en el sitio mencionado y sucesivas reflexiones, decidió instalarse por aquellos lares e ignorar el contacto humano, pues a pesar de haber encontrado por fin el camino de vuelta, comprendió que los demás seres humanos eran demasiado dañinos para él e incapaces de apreciar su amplia bondad.
Allí él se encontraba a gusto y ciertamente la concepción de un verdadero hogar o de cómo queremos vivir nuestras vidas variará en función de las personas y sus circunstancias, pues como decía Ortega y Gasset yo soy yo y mi circunstancia.
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