Humor azul oscuro.

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“Fue el amor de Dios”. No lo escuché muy bien, pero creo que eso fue lo que me dijo aquel cura joven, uno de estos que andan con la barba rizada hasta el cuello, pantalones vaqueros manchados de blanco–parece que los atiborran de lejía en barreños desgastados-, de los sacerdotes que llevan al cuello una cruz de madera atravesada por algún cordón de zapato. Suelen ser curas reconocibles, llamativos, cercanos y, a menudo, los peores… me gustan más los de sotana y alzacuellos, los que odian a los maricones por utilizar la puerta de atrás igual que ladrones torpes deslizándose entre la madrugada, los que prohíben la comunión a las divorciadas, los que se sienten como pitbulls con bozal frente a gatos cuando ven vírgenes en desfiles militares… prefiero los obispos gordos con cadenas de plata haciéndoles de fajas, rodeándoles la barriga con esa grotesca-casi-graciosa naricilla eternamente roja, los payasitos del Señor…
Odio cuando alguien intenta darme por culo desde atrás, no amigo mío: si vas a joderme ponme cara a cara encima del colchón, con mis testículos colgando iguales a manzanas en el árbol de navidad y dame bien fuerte, que sienta el dolor, notar como centímetro a centímetro, segundo a segundo mi piel se retuerce entre quejidos mudos, chirridos de sillas viejas sin lijar contra pisos lejanos, lujosos de teca y granito, hazme sangrar, golpéame, escúpeme… pero nene, no insultes a mi inteligencia disfrazando tu maldad, intentando envolver tu conciencia entre algodones de seda sin encaje, poniéndole gafas oscuras a tu mirada iracunda, haciéndomelo despacio creyendo que tal vez así no me de cuenta de lo que estás haciéndome… los sacerdotes de pantalones gastados, la barba larga, la cruz de pino odian lo mismo que los gordos vestidos de pingüinos a los maricas, a los bastardos, a las que abortaron, condenan, señalan y, por supuesto que sí, envidian calladamente a quienes conviven intercalan entre whiskey y ron partidas al parchís, matando a los reyes con peones sacrificados por el movimiento del alfil… No me gusta la maldad, no me gusta el odio y, sinceramente, homosexual, judío, madre soltera, vegetariano o hindú, me trae una mierda sin cuidado lo importante o no de las opciones humanas, simplemente busco no estorbar para que los demás hagan lo propio conmigo… pero me siento como un perro apalizado al sol, atado con una cadena corta al mismo poster en la misma finca al que su mismo dueño, el de las tundas con el cinto y la hebilla, de tarde en tarde le acaricia debajo del cuello, un paseo rápido hasta donde las tomateras, un trozo grande de bistec y luego vuelta al palo, a la noches de lluvia sin caseta, a las patadas en el lomo por ladrar demasiado temprano… si vas a joderme no me pongas a cuatro patas: mírame a los ojos, frío y sin pausa, sintiendo poco a poco como la última gota de todo lo que hubiera sido puro, bello, precioso entre los dos se desvanece como el azúcar perdiéndose en la nada de un café ardiendo sin sabor… si vas a entrar al hospital para visitarme sin conocerme de nada, al menos ten el buen gusto de no hablar sobre el amor de Dios mientras miras cada quince segundos tu muñeca en busca del final de la visita, revisando los mensajes del teléfono cuando finges escucharme, echándole vistazos a la puerta por si te cochas con el culo de las enfermeras… mejor prefiero que me digas que iré al infierno y que lo que me ocurrió fue un castigo por follarme a esa vecina de 45 años, casada y con un par de críos a los que jamás acaricié ni siquiera la coronilla cuando me los cruzaba en los rellanos… asegúrame que encendí la cólera del Padre porque andaba por los institutos sacándole fotos a esas niñas casi impúberes desde el coche: demasiado cobarde para buscar esas perversiones por las redes… dime que el Jefe se ríe desde su trono de nubes viéndome chillar contra la almohada por las noches cuando son las 3:07 y la morfina perdió su maldito efecto desde la media noche… ¿Porqué no puedes aceptar que tal vez ese Jesús no era más que un chiflado, un esquizofrénico que confundía las voces de su cabeza con los mandamientos del Señor y que “su padre”, hasta la polla de que anduviera siempre lloriqueándole, pidiéndole, rogándole por personas a las que tal vez jamás se preocupó ni en mirarles el color de sus ojos mientras juega al barro y la costilla distraído, lo mandó a la cruz con la idea de que cerrara el pico y le dejara en paz de una vez por todas? Puede que el Dios verdadero no sea ese compasivo y pusilánime papaíto que el Gran Suso vociferaba clavado desde la madera: quizás los profetas viejos tenían razón y solamente existe ese Yavé vengativo, colérico y adicto a las grandes plagas, inundaciones, pústulas y guerras… o a lo mejor no, ¿qué coño se? De repente sí es verdad que ama a un pervertido como yo y lo que sucedió en la fábrica de mármoles no fue más que el fruto de sus leyes, la de la gravedad en este caso, una simple coincidencia, un cruce de caminos entre la física, la costumbre del universo a regirse por normas inmóviles y mi presencia en el punto más inoportuno del espacio en aquel instante… un metro hacia atrás, la velocidad de la gravedad hubiera sido 3.4 segundos en lugar de 9.8 o que coño, me hubiera largado hacia el baño un minuto antes con cagalera por culpa del café en ayunas y esa plancha de mármol no me hubiera caído encima, la tragedia habría pasado de ser una putada para la empresa y su seguro a transformarse en una simple anécdota, a lo sumo una plancha rota y un buen susto para los que estaban a pocos metros del accidente, pero no fue así: alguien decidió gastarme una broma y allí debajo, justo en la X donde se colocan los bufones en el circo para que les lancen pasteles a la cara, estaba yo… pero no morí: solo se me quebró el cuello como una ramita demasiado seca en el pico de una paloma del parque.
Más nunca volveré a tocarme pensando en aquellas chicas del instituto, a follarme a cuarentonas casadas, a colocarme los viernes en la noche, es más, ni siquiera podré volver a rascarme la nariz ni a limpiarme el culo porque ando paralizado desde la segunda vértebra del cuello para abajo… pero según tú, cura de los cojones, debo estar feliz porque “fue el amor de Dios” el que evitó que ahora mismo estuviera en un nicho en lugar de en esta cama.


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