El origen.

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Y las alas de las mariposas se tatúan con el complejo de los gusanos que las observan desde los árboles, arando el barro con su boca, tragando la mierda que cae desde el culo del compañero que avanza, masticando mugre digerida de toda la podredumbre que rebosa en los intestinos de las polillas desaladas muertas en celos por ser no más que mariposas a-medio-acabar, incoloras, gordas, con pelo en lugar de seda, polillas capaces de volar simplemente porque desconocen que son aerodinámicas iguales a las abejas maníacas vengándose del mundo con el suicidio picajoso que destripa la muerte... la ignorancia es bendita: no saber, no pensar, el coma... saltar desde el avión con una sábana por paracaídas, el manco estrujando tetas porque un chocho es tan sabroso que cualquiera se acuerda de que le faltan los brazos, no arderse la boca masticando jalapeños gracias a pensar que son judías verdes... las mariposas no volarían con tantísimo orgullo de saber que son la corrida de lombrices obesas, lobos se niegan a oler el ano de sabuesos, el abuelo manchando y manchando pañales de algodón escarpado impregnando de mocos, vaho la mascarilla del oxígeno, soportando la visita de dos nietos ingratos, hijos con alzheimer invertido, un par de veces al año, quizás dos más por navidad... aunque los leones en descomposición alimenten la hierba de la que se nutren la cría de los antílopes serán siempre los herbívoros quienes corran intentando salvar su culo frente a los colmillos adaptados a la carne del enfermo.

Todo pasa,

todo llega,

todo desaparece,

todo

demasiado

tarde.

Aspirinas curan la migraña cuando el cuerpo entero chilla dolor helado, llaman dando cita para la operación mientras te ajustas la corbata en el funeral de mamá... ese hígado no llegó a tiempo, pero por suerte mamá es de Shangai: las secuelas de la ictericia apenas afearon el cadáver.

En las aduanas los pasaportes se miran muy deprisa si en la cartera del pasajero duermen retratos de presidentes muertos, también valen doce estrellas sobre fondo azul, tan azul como los labios hinchados explotando contra los guijarros de la playa, un barquito de cáscara de nuez trasportando a doce negritos, doce docenas, doce veces siete.

Siempre exijo que le coloquen la capucha al cabezón, nunca permito que escupan fuera del plástico, jamás dejo hacer incursiones en la madriguera del conejo si Alicia no se pone antes el sombrero... por una vez, la primera, la única, la última, la excepción... por una primeraúnicaúltima excepción no debería sucederme ninguna desgracia, dudo que comience a andar con un pastillero en el bolsillo si dejo que hoy, solo hoy, nada más que hoy, me lo hagan sin chubasquero, no creo que esté chico tan guapo esté contagiado... pero vaya, resulta que sí que aún hoy existen tipos flacos por culpa del vhi-cho.

El amor, la razón, el sentido común no son más que las putas del placer inmediato, las concubinas mal folladas del ego... la paciencia es un estorbo, un gorro cubierto de pulgas sobre el cabello del goce a medias... nos enfermamos buscando la salud, pero es que no soy capaz de dormir sin un par de pastillas marinadas en ron, el Ventolin al lado del paquete de cigarrillos, sacarina para el chocolate de los churros... todo es lignt, todo es sin, todo es ya, todo es inmediato, lo exquisito ya no sabe bien, simplemente es veloz, las pajas se valoran más que los buenos polvos de los sábados: cuesta menos tiempo descargar pornografía que vestirse para ir hasta el bar, buscar una chica que valga la pena, charlar con ella, escucharla... el mundo de la aceleración, en el que cualquier apetito tiene que ser colmado inmediatamente, sin excusas, cualquier cosa vale, no hay límites más allá que el del grueso de la cartera, somos hombrecitos de papel unidos en serie por las manos, blancos igual que el folio desde donde nos recortan, sin rostro, sin boca, sin sexo, sin alma... hombrecitos en serie tan prescindibles como un tenedor para comer sopa, sustituibles como las pilas gastadas de un mando roto, sin identidad, sin individualidad, polillas adorando mariposas enchumbadas en pinceles de vanidad burlándose de los gusanos que regurgitan nuestros desperdicios, con ellos alimentan a sus crías, el ciclo se repite, ¿quién romperá la espiral, quien nadará por fuera del agua?

Y aún así nada llega a tiempo en el siglo de la máquina expendedora... los besos en el aire se pierden entre los estallidos de las escopetas, el semen se escurre sobre las sábanas manchando puños en lugar de culos o vaginas, los niños mantienen sus rodillas sin despellejar hasta morir tristes sin heridas, los corazones no se rompen porque nadie recuerda como hacerlos bombear.

Todo pasa,

todo llega,

todo desaparece,

todo

demasiado

tarde.


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