Un Velorio, Un sueño y Una Lagrima

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Cada persona tiene diferentes y diversos miedos, cosas que nos atormentan, provocan miedo, incluso nos hacen llorar. Y muchas veces estas cosas cargan con nuestra conciencia. Condenados a vivir con esto, solo nos queda aprender a vivir con esto. Pues, tal vez, no hicimos lo que debíamos, cuando debimos…esta es mi historia, tal vez triste, pero es así…

Hace exactamente 26 días que falleció mi madre. Me llegó la noticia estando en la academia, pedí permisos para regresar a casa y una amiga me acompaño. Creo yo, todo el camino estuve tranquilo, incluso al llegar. Cuando entre, todo ya casi estaba listo, solo faltaba barrer.

El ataúd ya estaba puesto, los faros y las flores listas, puestas a los lados. Las puertas aún cerradas. Solo estaba mi hermano, mi padre, un tío y la señora que trabajaba en casa. Me acerque al ataúd, mi amiga se quedó pasos atrás. Me acerca aún más, y lo vi. Procure llorar todo lo que pude ese momento, no quería que nadie más que esas 5 personas me vieran llorar. Durante el velorio, 30 horas casi eternas, trate de estar tranquilo y no volver a llorar, incluso oí comentario un tanto ridículos al verme tan tranquilo. Mi madre siempre me dijo que sea fuerte. Y, creo exagere un poco. Durante el entierro todo lloraban. Llegada la hora, me acerque, mientras descendían el ataúd al nicho, depositando una rosa roja sobre él. Con este acto, las lágrimas en los presentes aumentaron, y yo con el rostro duro y frio. Creo que en ese momento derrame una lágrima, que al instante limpie, sin que nadie supiera de ella. Seguía fuerte, endureciendo mi corazón.

Durante los siguientes días trate de actuar de lo más normal. Me di cuentas, entonces, que necesitaría en algún momento llorar o desahogarme, en todo caso, lo que no hice en su debido momento.

-          Eres muy duro – me dijo mi padre un día al cenar - , no te vi llorar, eso te va a hacer mal…

Me di cuenta que tenía razón, que, algún día, ese día iba a llegar, que tenía que sacar la presión que había acumulado en mí. Y, entonces, ese día llego… hoy, por la madrugada.

Me vi, de repente, en el segundo piso de mi casa, aún sin ventanas, algo desordenado, cuando todavía no lo terminaban de construir, sin ningún mueble. Mi madre, sentada al centro, sobre una pequeña banca. Traía el cabello húmedo, había acabado de salir de la ducha, y aún con una toalla sobre los hombros. Tenía un peine en la mano, con el cual se arreglaba el cabello. Me acerque a ella, y trate de abrigarla con una cobija, pues corría mucho viento. Cada vez hacia más frio.

Trate de cubrirla un poco más, pero cada vez que lo hacia la manta desaparecía. No importo cuantas veces lo intentara, siempre sucedía lo mismo.

-          Dejalo hijo, es inútil, igual se va a acabar…

Aún tenía mis manos sobre sus hombros, cuando ni bien termino de decir esto, cayó al suelo. Sin vida. Murió en mis brazos. Sin poder hacer nada.

En ese momento, desperté asustado, casi sin respiración, con los ojos empapados en lágrimas. Al poco rato mi padre me escucho llorar. Mando a por un vaso con agua a mi hermano, y vino corriendo a mi cama. No se cuentas horas llore en sus brazos. Solo recuerdo sus palabras consolándome, y ese vaso de agua bajar por mi garganta pesadamente. Cada suspiro, cada lágrima me ahogaba más, me dejaba sin aire, mi cuerpo parecía a punto de desmayarse. Y, en ese momento, lo desee, era demasiado para mí. Huir ya no era la solución, solo llorar y dejar escapar esa presión que me atormentaba y no me dejaba, como ser humano, demostrar sentimiento y debilidades.


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