Nada teníamos en común. Ni edad, ni procedencia, ni cultura. ni profesión, ni afinidad, ni siquiera teníamos amigos comunes.... Nada, absolutamente nada que nos uniera. ¿Nada? Nuestra idea del amor, de la ternura, de la amistad, del sentido del compañerismo, de la lealtad... era distinta. También nuestra sensibilidad tanto individual como social carecía de criterios afines. Pero si había algo que nos unía: Una pasión sin límite, que se desbordaba en cualquier lugar y a cualquier hora sin que pudieramos reprimirla. Una pasión que nos llevó a vivir supeditándolo toda a ella, estando inmensos, de alguna forma, siempre en sus redes y convirtiéndola en una adicción de la que no te puedes sustraer a pesar de que, en los escasos momentos lúcidos, pidas al Cielo que termine de una vez. Viviamos un rabioso presente, sin posible futuro, al que extraíamos hasta la última gota, dulce o amarga, pero siempre intensamente fuerte.
Quemamos la vida en nuestro fuego inestinguible, hasta que.....
Bueno eso, hoy, ya carece de importancia...
DELACH.-
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