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Desperté despabilado por un olor agrio y penetrante. Y por primera vez, fui consciente de aquel susurro. Me encontraba atado a una silla por las muñecas y los tobillos, con tal fuerza, que el dolor resultaba casi insoportable. Levanté la mirada y al otro extremo de la gran mesa, vi a aquella mujer. Su aspecto era miserable, casi demoníaco. Lucía un elegante vestido, que el tiempo, había convertido en harapos. Su pelo estaba sucio y raído. Su expresión facial, no era más que una simple mueca, que reflejaba la locura de su interior. Su frágil salud mental, había sido infectada por la soledad y la incomprensión, convirtiéndola, en una sombra de la mujer que una vez había sido. A pesar de ello, pude reconocerla.
Mientras la miraba, intenté librarme de mis ataduras, pero con cada intento, aumentaba mi desesperación. Estaban tan prietas, que ya no podía sentir mis pies y manos. Ella sin embargo, no pareció preocuparse en absoluto por mis intentos de liberación. Siguió con aquel susurro, casi inaudible. come, come, come - repetía inexorablemente con cadencia metronómica.
-Rose, he venido a ayudarte, soy Richard ¿Me recuerdas?, ¡por favor Rose! mis últimas palabras transmitieron a la estancia, mi angustia. Por primera vez fui consciente de mi desesperada situación. ¿Qué tormentos me esperaban, a merced de aquella mujer? come, come, come seguía susurrando una y otra vez. - ¡Cállate Rose! le grité con todas mis fuerzas. Inalterada, prosiguió con su estribillo come, come, come.
Entonces fue cuando miré la gran mesa. Estaba preparada para un gran banquete. Elegantes candelabros con velas encendidas, cubiertos perfectamente colocados, y en los extremos, dos platos humeantes. Y en ellos, una bota con un pie humano. Todavía alcancé a reconocer mis cordones antes volver a desmayarme.
Mientras la miraba, intenté librarme de mis ataduras, pero con cada intento, aumentaba mi desesperación. Estaban tan prietas, que ya no podía sentir mis pies y manos. Ella sin embargo, no pareció preocuparse en absoluto por mis intentos de liberación. Siguió con aquel susurro, casi inaudible. come, come, come - repetía inexorablemente con cadencia metronómica.
-Rose, he venido a ayudarte, soy Richard ¿Me recuerdas?, ¡por favor Rose! mis últimas palabras transmitieron a la estancia, mi angustia. Por primera vez fui consciente de mi desesperada situación. ¿Qué tormentos me esperaban, a merced de aquella mujer? come, come, come seguía susurrando una y otra vez. - ¡Cállate Rose! le grité con todas mis fuerzas. Inalterada, prosiguió con su estribillo come, come, come.
Entonces fue cuando miré la gran mesa. Estaba preparada para un gran banquete. Elegantes candelabros con velas encendidas, cubiertos perfectamente colocados, y en los extremos, dos platos humeantes. Y en ellos, una bota con un pie humano. Todavía alcancé a reconocer mis cordones antes volver a desmayarme.
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