Llovía cuando salimos del Classic bar, así que todo el mundo corrió hacia su vehículo. Classic Bar es uno de esos sitios de élite a los cuales sólo tienen acceso aquellos que poseen cierta fortuna y pueden derrocharla. La mía es grande, no voy a negarlo, así que soy uno de esos clientes llamados VIP. Classic Bar organiza fiestas muy divertidas. Divertidas y carísimas.
Yo salía de una de esas fiestas, cuando me tropecé con él. Iba desarreglado, sin afeitar, arrastrando unos zapatos baratos que ya tenían algunos años, la gabardina le quedaba ancha, estaba claro que la había encontrado en algún vertedero. Me miró un instante. Luego siguió su camino.
Tardé algo en darme cuenta ¡Tan cambiado estaba! Pero cuando me cercioré de quien era, me estremecí llevado por algo parecido al pánico. Corrí por donde había desaparecido aquel arquetipo de vagabundo triste, le llamé por su nombre, pero no hubo respuesta.
Algunos amigos entonces corrieron en mi busca. Cuando vieron mi estado nervioso, preguntaron qué había pasado. Sólo les dije que me había tropezado con un viejo amigo. Sólo era eso. Un viejo amigo a quien había visto con ropas miserables y en cuyos ojos había leído la desesperación del suicida.
- Puedes regalarle alguno de tus trajes, si vuelves a verle.- Dijo la preciosa rubia Amanda, dueña del Bar.- Con uno de tus trajes tendrá para vivir un par de meses.
Todos rieron la broma, hasta yo sonreí. Les dije adiós en tono jovial, saqué el coche, di dos vueltas por la manzana para que todos se largaran y volví frente al Amada Bar. Recorrí las calles y callejones cercanos, llamé a voces. Finalmente me senté desesperado en la acera.
Aquel hombre tenía en los ojos el brillo desesperado de quien no tiene nada que perder porque no le queda nada propio, solo alguna miseria que un alma caritativa quiera dejarle. Me toqué el bolsillo, llevaba mis tarjetas de crédito en la cartera, tarjetas exclusivistas, y algunos billetes. Coches, yate, mansiones de lujo, todo eso me pertenecía
¿Cuánto me duraría todo eso? Porque yo no estaba demasiado viejo, cuando unos minutos atrás me había visto arrastrando unos zapatos viejos y gastados y una gabardina que me quedaba grande porque sin duda no era mía, la había cogido de algún vertedero. Nos habíamos mirado y seguí mi camino, mientras yo pensaba en quién podría ser aquel rostro conocido.
¿Podía tener cinco años más que yo? No lo sé, me vi tan golpeado, tan lejos de mi realidad, que no me reconocí hasta pasados unos segundos, los suficiente para que yo me fuera por una callejuela, sin poder explicarme cómo había llegado a esa situación y así poder evitarlo
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