Gambito de Reina, 2/2

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IV. La cita


Hizo un solo comentario:
- No podemos ir muy lejos.
- Iremos a un excelente restaurante a solo dos cuadras.
Esta mujer sí que era diferente. Tan encantadora como siempre pero sin escote, caminó junto a mí, sin conversar, pero imponiéndome rápido ritmo.
El rigor de sus apresurados pasos empezó a hincar mis espinillas mientras la contemplaba caminar sobre altos tacones. ¿Cómo rayos lograba caminar
tan rápido? El sonido a cada paso de la fricción entre su falda y aquellas medias negras fue todo el aliciente que necesité para sobrevivir esa carrera. Arribamos en menos de cinco minutos. ¿La prisa se debía a la carga de trabajo para la tarde?
En el lugar la atención fue inmediata y refrescados, frente a frente, solos, por primera vez, envueltos en una tranquila melodía de jazz y deliciosos olores ella quedaba sobria, formal e indiferente. Yo: contento e intrigado.
Al fin soltó la sonrisa y me agradeció la invitación paladeando claricot.
-Es un enorme honor, comer en compañía
de una mujer tan bella y distinguida como tú.
Rostro sonriente, y ojos brillaban conversamos con ligereza sobre viajes de aventura en solitario y astrología de la cual ella era escéptica. Luego solté la batería de ensayadas bromas, que la rindieron haciéndola reír bastante, todo marchaba bien. Aromas deliciosos nos envolvían mientras volvía la sorpresa: ella reinició la rapidez comiendo velozmente, intrigándome y hasta desilusionándome.
Para no contrastar traté de seguirle el ritmo y en media hora estábamos en el postre, luego me animé de nuevo:
-Eres un precioso tesoro escondido en una isla desbordante de belleza. Me dejas codicioso como pirata en medio del océano soñando todo placer terrenal.
-Gracias.
Su forma de mirarme cambio
-¿El postre ha sido de tu gusto?
-Todo ha estado delicioso, pero: ¿Sabes que me hubiese gustado más?
Mi atención, silencio y expectación, ella misma contestó:
-Hacer el amor con tigo.
Mi sorpresa y desconcierto fue tan notoria que ella se desarmó de risa. Me tomó tan desprevenido, que tarde mucho antes de poder preguntarle:
-¿Hablas en serio?
- ¡Por supuesto que no!
Y volvió a rodarse de risa, mientras mi rostro cambiaba de colores.
- Aun siendo broma, no imagino privilegio mayor que el de hacer el amor con la mujer más sexy que he conocido.
- Lo aprecio, pero dime:
¿Te gusta que me desabotone la blusa cuando estas cerca de mí?
De nuevo me tomó por sorpresa y de nuevo se votó de la risa. Jugaba con migo como Bruce Lee con sus chacos.
-Me encantaba como te sonrojas.
-Bueno, sin duda me fascina tu estilo con las blusas, disfruto mucho recordándolo.
Con la mirada brillante y las mejillas rubicundas, se inclinó hasta mí oído para susurrar:
- He buscado mil formas de llamar tu atención. Y que larga espera ha sido tu invitación a salir. Hoy emocionada no he sabido atreverme a tomarte de la mano cuando veníamos hacia acá y decidí correr, para confesarte lo antes posible que me vuelves loca. Me apresuré para que dispusiésemos de tiempo para lo que se te pudiera ocurrir. Y ahora no sé, ¿Qué diablos estas esperando para besarme?
Sus palabras dejaron mis pensamientos confusos y rebasados, mi respiración entrecortada y mi pulso tembloroso. Apenas recuperé fuerzas para inclinarme hacia ella, y tocar sus labios suavemente, aún con el sabor del vino, disfrutando su tibio aliento. Su fuerte respiración al ritmo de sus firmes pechos en fundados en esa blusa sin escote.

Mordí sus labios y ella cruzó sus brazos tras de mi para acercar nuestros cuerpos.
-Quiero ser tuya.
Quedé torpe, silencioso e impactado, atrapado en sus brazos.
-Desde que llegaste a la compañía me gustaste. Día a día en contra de mis deseos me he ido enamorando de ti. Soy casada y eso me tortura, pero ahora ya no me importa, estar contigo me enloquece, quiero ser tuya.

V. Aprendiendo el juego
Mordiendo mi oído continuó:
-Este viernes estaré sola. ¿Podrías acompáñame después de la oficina?
Sus ojos fijos e intensos.
-Me harías la noche más especial de toda mi vida.
-Será para mí todo un honor.
Conteste sin cordura, ni crédito en lo que escuchaba.
Justo después Ella se dejó caer de espaldas en su asiento y empezó a reírse rabiosamente. Para entrecortadamente decirme que estaba bromeando, y que le parecía imposible que yo lo tomase en serio. Y aún entre risas me dijo que compartiríamos la cuenta y que partiéramos ya, pues era tarde.
Yo doblemente sorprendido y avergonzado pase al enojo, la indignación, la furia. Pero logré contenerme.
Al salir del lugar me pidió disculpas e insistió en apresurar el paso, pues temía a los indiscretos o incluso a una visita inesperada de su marido.
Me pareció tan paranoico, ¿sería parte de un terrible historial?, ¿del temor de a las locuras de un marido híper celoso? en fin, al caso me dejó de importar. Mientras en silencio juntaba fuerzas para reprimir mi absoluta indignación, que no quise mostrar, para restarle importancia a su fácil, pronta y humillante conquista.
Sin hablar llegamos hasta la oficina y cuando nos separábamos frente a las escaleras en un rincón escasamente escondido, ella regresó repentinamente hasta mí y me besó en los labios.
- Gracias por todo, besas muy bien tonto.
En mí, no sabía que era mayor: el estupor o la indignación.


IV. Gambito aceptado


Una hora antes de dejar la oficina me habló susurrante:
-Si me hubieses llevado a un hotel y no a comer, hubiésemos tenido el sexo más caliente de tu vida.
De nuevo la confusión me dejo en silencio. Ella continuó:
-Mi marido está en la puerta esperándome, pero no quería irme sin despedirme. Considera que esto es solo el comienzo papito.
Añadió:
- Eres muy lindo y especial pero algo anticuado. Me pregunto si ¿podrías haber sido el macho que sueño en mi cama? Luego colgó.
-Estupefacción.
Realmente no podía poner las cosas en orden, ¿Que rayos significaba todo esto? ¿Acaso no era yo quien estaba seduciendo? ¿Acaso me agradaba sentirme seducido, dominado?, Rayos.
Me asaltaba un prurito: ¿Sería por capítulos como éste que la oficina la aborrecía?
Me alegré de no haber comentado nada. Imaginé la escena: Yo vuelto de espaldas con el todo mundo rodándose de risa.
-Uno más que muerde el polvo, sí, era solo otro viernes.


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