Tarde de agosto. Misa de nueve. En los tres o cuatro primeros bancos de la iglesia atisba don Facundo unas cuantas manchas negras cuando sale de la sacristía. Sonido de abanicos y suspiros hondos. Con gran solemnidad, se pone sus gafas y bufa meneando ligeramente la cabeza: las quince viejas de siempre más don Ambrosio el boticario, que acude obligado por su mujer: -Mucho pastor para poco rebaño, reflexiona para sí. Pronto echa en falta a doña Brígida, que siempre se coloca en primera fila a la derecha. -Entonces, quien pasará el cepillo ahora, se pregunta mentalmente el cura.
Otea panorámicamente el horizonte y ve en la entrada a Indalecio el cerote, que se ha acercado más por curiosidad que por devoción. Lo llama discretamente con la mano.
Acude el infeliz de mala gana, con recelo, a la llamada del cura:
- Indalecio, cuchichea don Facundo, pasa tú hoy el cepillo que doña Brígida debe de estar indispuesta...
Vacila el cerote y responde:
- ¿Pasá el cepillo yo?. Si lo tiene usté to mu limpio.
- Schsssss, ¡baja la voz, melón!. ¡allí lo tienes! Y señala el cestito que estaba situado discretamente en uno de los primeros bancos.
- ¡Que yo no limpio, ño cura!. ¡Que limpien lah viejah!, ademáh, yo no puedo trabajá, que llevo luto por mi mama...
- ¡Pero si tú a tu madre ni la conociste, zopenco!.
- Poh por eso...
Convencido ya Indalecio de su cometido, transcurrió con normalidad la misa, hasta que don Facundo, eligiendo con habilidad certera sus palabras, se dirigió así a los feligreses con voz rotunda y campanuda:
- Pasó Jesús toda la vida en la mayor de las pobrezas, hasta poder decir: las raposas tienen guaridas y los pájaros del cielo moran en nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde posar su cabeza. Vivía en la más austera pobreza, como este servidor, de lo que le daban las personas caritativas como vosotros. Y levantaba el dedo índice dirigiéndolo como si fuera un arma hacia don Ambrosio.
Tras un breve silencio, hizo una señal al Cerote desde el púlpito para que éste se pasease con el cestito por entre los bancos.
Muy en serio se tomó su labor el bueno de Indalecio, plantándose ante las parroquianas más remisas a la cristiana colaboración, en las que mantenía fija la mirada, hasta que abrían el monedero y depositaban en el cesto la calderilla.
Le tocó el turno de retratarse a don Ambrosio, el boticario, que no tenía la generosidad entre sus virtudes reconocidas, a pesar de ser de los más pudientes del pueblo. Aguantando en duelo la mirada con la del Cerote, tuvo que claudicar y depositar una moneda en la cesta.
No quedó contento Indalecio con el donativo y comenzó a mover el cestito de arriba a abajo haciendo sonar con gran estruendo las monedas. Avergonzado por el hecho, enrojeció don Ambrosio y sacó de su cartera un billete para completar su aportación, ante las furtivas miradas de las viejas y del propio cura, que contemplaba con interés la escena desde el púlpito.
Terminada la misa, escudriñaba don Facundo entre las monedas del cestito en busca del único billete y, al no encontrarlo, arremetió contra Indalecio el cerote. Éste, había decidido por su cuenta cobrarse su trabajo con el donativo y ponerse lejos del cura por si acaso:
- ¿Pero qué has hecho insensato?. ¿Y el billete'?. ¡Robando a un siervo del Señor en la casa del Señor!. Bramó don Facundo.
- Acércase usté, ño cura, que en ehte lao de la iglesia no se oye na y no sé qué me ehtá diciendo... Contestaba el cerote poniéndose la mano detrás de la oreja.
- ¡Contra el séptimo mandamiento!, ¡robando como un vulgar ladronzuelo!, ¡al confesionario ahora mismo!. Instaba el párroco.
- ¿Qué dice ño cura?, ¡que no se oye!.
Llegó don Facundo donde Indalecio estaba y éste, al verlo venir, salió corriendo hacia la puerta con el billete en la mano.
- ¡Ño cura, yo habré robao, pero usté se ve algunah tardeh con Florita, la viuda de ño Pere, ahí en la sacrihtía...!. ¿Ése qué mandamiento eh?.
Al oír aquello detuvo el cura su carrera y, recomponiendo su vestimenta al tiempo que apaciguaba su ánimo, así habló:
- Tienes razón Indalecio, no sé que pasará en este sitio de la iglesia que no se oye nada...
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