El cepillo (y 2)

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Más fue la curiosidad que los remordimientos de conciencia, la que llevó al infeliz de Indalecio el cerote a confesar ante el Altísimo el robo del cepillo.

Con mucho recelo entró en la iglesia, que permanecía en penumbra con la sola luz de las velas, se quitó la boina en señal de respeto y mojó sus dedos con el agua bendita para santiguarse.

Avanzó con timidez hacia el confesionario del que acababa de levantarse con dificultad doña Brígida, tras el “ego te absolvo” desdeñoso de Don Facundo, el cura párroco. Éste, mientras daba con absoluta desgana la bendición, pensaba para sí: “¡Malgastar mi sagrado ministerio confesando viejas fisgonas, desoficiadas y envidiosas!. ¡Le habrá dado tiempo a esta de pecar mucho de ayer para hoy!. Con el talento religioso que yo tengo, bien podían hacerme un huequito en el arzobispado...”

En estas elucubraciones se encontraba cuando sintió la presencia de alguien al otro lado de la celosía:

- ¡Ave María Santísima!. Espetó el cerote.

- ¡Purísima caruezo!. ¡Se dice Purísima!.

- ¡ Sin pecado “concedida”!, Remató Indalecio.

- ¡Concebida, mentecato!. ¡Además, eso lo tengo que decir yo y no tú, Indalecio!.

- ¿Cómo m'ha conocío, ño cura?. Se extrañó el cerote.

- Por el olor a choto que das...

En efecto, el olor a montuno pertinaz de Indalecio se agudizaba en las distancias cortas y contrastaba con el aroma del after save que acompañaba siempre al sacerdote.

- ¿A qué vienes?. ¿No ves que los apocaditos como tú estáis libres de todo pecado?.

- A que me perdone Dioh... Susurró Indalecio.

- ¿A que te perdone qué?. ¿Qué has hecho?. Además, aquí no manda Dios, aquí mando yo. Contestó don Facundo con vehemencia.

- Me llevé perrah de la iglesia.

- Ah,¿y vienes a devolverlas?. Se interesó el sacerdote.

- Poh no ño cura, porque me lah he gahtao ya...pero m'arrepiento...

- ¡No hay arrepentimiento sin sacrificio!. ¡Deberías haber traído el dinero!.

- ¿Y loh que van con mujereh malah y s'arrepienten?, ¿qué tienen que devolvé?. Se defendió Indalecio.

Carraspeó el cura incómodo remeneándose azorado en su asiento:

- ¡Anda ya, qué cosas tienes, infeliz!. ¿No tienes ningún pecado más?.

- Que yo sepa, ño cura...

- ¿No te tocas?. Inquirió morboso el sacerdote acercándose a la rejilla.

- ¡Si no me baño, ño cura!. Bueno, pa vestime y eso a veceh me toco...y se me pica m'arrahco. ¿Eso eh malo?.

- ¡No zoquete, que si te tocas tus partes!.

Enrojeció cerote y bajó la mirada entendiendo al fin la pregunta del cura:

- Bueno, cuando m'aburro y ehtoy solo...

- ¿Por ejemplo?. Los ojos del cura permanecían ahora bien abiertos.

- Un día que ehtaba aburrió, pasó la Florita y...¡no me vio nadie, eh!.

- Otra tarde ehtaba yo en el arroyuelo aburrío y vinieron a bañase lah mozah forahterah, asin que detrah de lah junquerah....

- A veceh, cuando m'aburro, abuso de lah behtiah...

Sudaba don Facundo en abundancia dentro del confesionario y, limpiándose el sudor con un pañuelo, suspiró y dijo:

- Indalecio, deberías ocupar tus pensamientos en otras cosas, en el trabajo por ejemplo. Has de saber que la pereza es la madre de todos los vicios.

- Poh uhté siempre me dice que a lah madreh hay que rehpetalah...y yo a la pereza, como eh la única madre que tengo, la rehpeto mucho.

- ¡Anda gañán!, ¡márchate arrepentido!. “Ego te absolvo...”

Salió Indalecio de la iglesia redimido de sus pecados y se fue rápidamente al arroyuelo con el propósito de estrenar el recién vaciado zurrón de sus faltas. Pero no hubo suerte...

Allí estaba dejando declinar la tarde, tirando piedras al agua, cuando sintió la presencia de don Facundo, que había salido a dar su habitual paseo vespertino.

- ¿Qué haces, Indalecio?. Preguntó.

- Na ño cura, aquí aburrío...

Al oír aquello, apretó el paso el religioso sin decir nada, recordando con angustia la pecaminosa costumbre confesada por el cerote cuando no tenía mucho que hacer.


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