Te dispones a sentarte sobre esa mecedora antigua, llena de polvo, cargada de años, casi tantos como tú, embriagada a la vez de tus mayores recuerdos, buenos y malos, pequeños y grandes, pero al fin y al cabo recuerdos.
Antes de poner tu cuerpo sobre ella, te detienes a imaginar por un momento como era la habitación donde se encontraba dicha mecedora en tiempos pasados, pero no tienes ni la más remota idea de por qué está ahí y ni siquiera de si estuvo alguna vez antes . Solo conoces este sitio por fotos y algún que otro documento extraño que pese a tu incertidumbre debiste leer anteriormente para poder llegar hasta dónde estás.
Desde lejos percibes un ruido que te hace estremecer, sigilosamente te giras y compruebas que no hay nadie a tu alrededor, pero aún así, tú ya estás demasiado nerviosa como para seguir en tu historia de embriaguez sin poder vigilar ni un milímetro de esa enorme sala.
Decidiendo hacer caso omiso a todo lo que te rodeaba allí dentro, continúas con tu pequeño estado de ilusionismo (si es que puede llamarse así) que aquella habitación te transmitía;
Abnegada a creer que todo lo que tu interior sentía en ese momento era más bien pánico que cualquier otra cosa que tú misma llegaras a crear, te sientas en la mecedora sin dudarlo un segundo, está húmeda, dañada, y de muy mal aspecto, al tocar sus pequeños posa brazos tienes la sensación de que alguien ha estado aquí antes que tú, pues conservan perfectamente el calor.
Reposas tu espalda y miras al techo, y justo en la dirección de tu mirada hay una lámpara muy deteriorada, como si el tiempo le hubiera quitado todo su encanto que parecía tener, pues era una lámpara preciosa, de varios años atrás incluso siglos, que seguramente por cada uno de sus detalles habría costado un gran valor.
Ahora diriges tu mirada hacia la pared frontal, y observas detenidamente los cuadros que en ella hay, te resultan muy familiares, e incluso podrías asegurar que los has visto antes en algún sitio, especialmente te recreas en uno de ellos, el más bello de todos sin duda, un hermoso cuadro pintado al óleo que retrata una adorable anciana sentada en una mecedora con la cabeza inclinada hacia atrás, como si estuviese dormida, y una niña pequeña sentada a sus pies abrazando su regazo.
Este cuadro no te ha dejado indiferente para nada, y por ello, muy convencida de ti misma, te levantas y te acercas a él para poder observar cada mínimo detalle.
Al rozar tus secas manos con la pintura del cuadro, cierras los ojos y te detienes a pensar por un momento, o más bien a recordar, te viene a la memoria una frase que te dijo tu madre poco antes de fallecer: querida hija, hay veces que el dolor no se aprecia hasta que no se toca con tus propias manos .
Abres rápidamente los ojos envueltos en lágrimas y miras hacia la mecedora, te acercas a ella y la tocas con la misma suavidad y delicadeza como si estuvieras acariciando una flor, todo tu cuerpo se estremece, vuelves a dirigirte hacia el cuadro y repites la misma acción pero esta vez con los ojos bien abiertos, y notas como tus manos te tiemblan, ya no estás segura de dónde estás, ni de si quieres estar ahí, ahora si piensas que el pánico se ha podido apoderar de ti, estás asustada, nerviosa y algo aún peor, estás sola, sola en esa habitación que sin saber cómo te trae tantos recuerdos y a su vez te proporciona tanto miedo, solo hay una humilde mecedora, una gran lámpara y varios cuadros en la pared, y en medio de todo eso, tú, fría como el mar, asustada como una cría pequeña, y a la misma vez insegura de ti misma como nunca antes lo habías estado, pero había una cosa de la que si estabas más que segura, tu llegaste aquí sola y por tu propio pie, convencida de encontrar respuestas, y tu sola tendrás que regresar y más te vale llevar una buena respuesta, porque de no ser así nadie podrá devolverte tu pasado.
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