HISTORIAS GUARDADAS EN UNA BOTELLA

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Ya no recuerda que se siente cuando caminas sobre las hojas del otoño, su madre siempre le decía que era romántico y resbaladizo.

El lugar donde vive se convirtió en una calle triste y enjaulada, el hambre se acumula en las cunetas, lo que antes eran perros flacos, ahora son simplemente huellas, en su lugar, decenas de personas grandes y pequeñas, sienten como sus tripas se le pegan a las pocas carnes y a los huesos.

Sus pies ya no soportan una llaga más, a veces al doblar la esquina, se detiene frente al viejo escaparate de la zapatería Caliza. Cuando era niña, compraba allí sus zapatitos, en cambio ahora sobre el asfalto y cubriendo apenas una cuarta de su pie, pasean unas viejas zapatillas que encontró en el basurero junto con una chaqueta con más agujeros que un colador, en ella todavía se aprecia los restos de sangre de quien la vestía y la huella de los disparos asoma su cabeza entre los agujeros en pleno día.

Los malditos conflictos políticos y sociales arrasaron su vida y la de muchos, los que sobreviven y malviven en las calles, envidian la muerte de aquellos que desaparecen entre escombros.

Ella apenas alcanza la mayoría de edad, ha visto a su madre morir en sus brazos y a su padre apaleado y descuartizado por defenderla de un par de rebeldes que querían divertirse un rato con su cuerpo. Su hermano fue detenido por ser una víctima de las injusticias, hace años que no sabe de él.

Al llegar la noche, se cobija entre cartones, cerca de una vieja taberna, los dueños, arrojan las sobras cerca de un vertedero maloliente, la pobre muchacha se acerca como gato callejero e intenta llevarse a la boca lo poco que encuentra, luego regresa a sus cartones, cuando hay luna llena se sube a un viejo roble, desde lo alto observa el mundo más allá de su pobreza, sigue el movimiento de las nubes con la mirada y se pregunta qué lugar se ocultará tras las montañas, sueña con un país libre, donde el único olor sea el de la tierra, el viento, o el mar, donde la gente el único dolor que conozcan sea el del amor, donde la sangre represente vida y no muerte, donde el sufrimiento se refleje en acuarelas.

Así pasa sus días y sus noches burlándole a la vida sus desgracias. En invierno, cuando las aguas arrasan con todo a su paso, saca de entre sus cartones botellas que ha ido coleccionando, trozos de papel o de tela vieja y un trozo de mina o pizarra para escribir, agarra todo bajo sus brazos y se sube al roble, se pasa horas pensando y escribiendo, es en el único momento donde sus ojos brillan de ilusión. Al pasar las horas va arrojando botellas unas tras otras con la esperanza de que lleguen a un destino.

Quizás en algún lugar, alguien, tiene la dicha, de tener entre sus manos, esas botellas con una historia guardada dentro, deseando ser contada.


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