Princesa de cuento

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Están vestidos ahora de sal y congoja sus cánticos de crepúsculo, ya no cepilla sus cabellos al alba, que forman regueros de oro junto a los nenúfares y las barquitas de hoja muerta. Poco a poco va pareciéndose más a esas protagonistas de museo, una Psique sin Cupido, porque el lago le ha mostrado sus mejillas sin rubor, casi sin vida. Menos mal que un pez tapó con sus ondas el reflejo antes de que ella se ahogara en el abismo de su tristeza. ¿Qué le ocurre? ¿Por qué riegan sus ojos el musgo? Porque crece en la penumbra, en los recodos más umbríos de sus recuerdos. Porque nadie cree en ella, no hay labios de infancia que la pronuncien. Pero, ¿es esta la causa o la consecuencia de su exilio en las entrañas del robledal? Encinta de oscuridad y vacío – pues su matriz, enraizada en el humus ocre y verdoso, cedió toda su fertilidad – deambula en busca de los búhos y huye de los cuervos y su “nunca jamás”.

Nunca jamás. Ya nadie te recuerda, princesa de cuento. Ahora urde y teje con su huso envenenado la comunión con el suicidio, pensando en que no le queda ya nada que ofrecer, aquí, donde las lenguas inocentes se consumieron en el incendio precoz de la picardía. Es una Blancanieves desterrada, se siente intrusa incluso entre las ramas jóvenes y las notas de jilguero. Ahora que ya no habitan tampoco hadas en los troncos huecos, ni dormitan sirenas en las cavernas, ni náyades asoman por los manantiales, ni duendes se esconden bajo los níscalos; se siente quimera de dementes.

Pero, sin querer, alguien te ha sacado de la pesadilla, sin querer, al menos, ha tocado las páginas teñidas de niebla de este libro de cuentos, donde las instantáneas de imaginación se iban desvaneciendo por la carcoma del polvo, por la erosión del tictac. Vuelve a estallar el júbilo en tus ojos, pero aún a media luz, con miedo de que se resquebraje una sonrisa prematura, remendada tan solo con ilusión y carente de destino; prefieres ser precavida para que la caída no sea demasiado grande.
Pero sí, sí. Aún existen pupilas inocuas. Las páginas aletean de nuevo cual mariposa y ella vuelve a respirar de nuevo al mismo son. Casi muere. Casi. Te alegras de dejar el desván ¿eh? Ni la telaraña ni el baúl te echarán de menos pues renegaban de tu sollozo. Rescatada del olvido ocuparás tu lugar en la estantería, entre Andersen y Perrault. Quizás le pida a su abuelito que le cuente tu historia y podrás volver a casa y reencontrarte con tu príncipe, que aguarda inerte en la última página. “Princesita, mi princesita”.


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