Los amantes

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Los amantes están muy juntos, sin embargo sus cuerpos se tocan de forma muy sutil. No los veréis encerrados en un eterno abrazo, nunca. Ni arder de pasión en un beso. Pero mantienen sus costados adheridos por una fuerza inexplicable, sin dejar ni un diminuto hueco que permita al mundo sospechar que son dos y no uno. Los amantes nuca hablan, porque se aman; viven en un trozo de tiempo que se extravió en la historia, que las manecillas se olvidaron de relatar. Por eso pasan desapercibidos a la gula de Cronos. Los amantes están desnudos, e inmóviles, absortos en el movimiento que hace el silencio al desplazarse, son contemplados por miríadas de pupilas curiosas que se preguntan por qué estarán ahí. ¿Cómo llegaron hasta ahí? ¿Qué estarán mirando? Los amantes tienen siempre alzada la cabeza, intentando ver por encima de los edificios y los árboles, escudriñando el vacío. ¿Qué estarán mirando? Al despiadado dios que mitigó su envidia en un capricho y los petrificó, ahí, eternamente, desterrándolos a la inmortalidad. Ahora en estatua conmemorativa adornan las puertas de una vieja biblioteca. Eso no evitó que siguieran amándose, porque sí, aún siguen muy juntos, hace rato que los observo, inmóvil también, para ver si puedo escucharlos susurrar leyendas.

“Monumento a…” no alcanzo a leer la placa.

Alguien me dijo –o quizás es solo my imaginación traviesa- que en la noche se aman aún más, porque se camuflan entre las sombras. El naranjo es cómplice de ese amor tibio y cuando llegue el otoño, el secreto morirá en sus hojas.


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