El poeta a su amada

Me quedo contemplándola casi en un éxtasis de emoción, conteniendo un grito nervioso que quiere escaparse por mis labios. Apenas puedo creer que sea tan hermosa, tan perfecta. Tan pura…y que haya nacido para pasar por las manos de infinidad de hombres. Y mujeres. Verla reposar sobre las calmadas sábanas blancas es el máximo placer que he podido experimentar nunca. Y pensar que pronto debe ser libre y mezclarse entre las multitudes…Ahora que el sol la ha tocado, ahora que ha mostrado al mundo la dulzura de cada una de sus voluptuosas curvas, ahora que ya no gime atrapada en las cadenas de la oscuridad, ahora…

Sé que es inútil retenerla. Pero, ¿es acaso mía? No, ya no. Quizás alguna vez lo fue, cuando, avergonzada, solo ante mí osaba mostrarse, cuando aún no era más que un puñado de palabras en boca de cualquiera, cuando su expresión se limitaba a espesos balbuceos, cuando solo era un “seré”. Sí, tendré que abrirte la puerta, sin oponer resistencia. Dejarte libre para que cumplas el destino que la vida y el arte te asignaron. Pero esta fuerza que nos une, mi amada…formas parte de mí y yo de ti. Mi nombre quedará atado a tus pies y arrastrándose te seguirá allá donde vayas, aunque bien sé que tu espléndida belleza, tu candor, tu melodía irresistible cegará a aquel que te encuentre en el camino sin dejar que se percate de mi presencia. Cuán dolorosa será tu partida, solo Dios lo sabe, y mi alma, que se desgarra con cada segundo del reloj. Pero no, no sería justo disfrutarte yo solo; egoísmo, sería, encadenarte bajo este humilde techo, y más aún cuando has sido concebida para brillar y enmudecer a todas las que te han precedido. Déjame observarte, a solas, una última vez, deleitarme con tu dulce ritmo primaveral…

Pero ¿cómo? Llaman a la puerta. Será el editor, ya es la hora. Adiós, mi vida, mi tesoro, mi amor, mi corazón, mi creación…es hora de que te publiquen.