Mi profesor de arte

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Lo odiaba, lo odiaba con todas las fuerzas de mi corazón... ¿por qué me trababa a mi así ese tío? ¿me tenía manía? ¿qué le había hecho yo a él?

Todo le parecía mal, mis trabajos, mis opiniones, mis contestaciones, mis maneras de presentar las cosas... tenía la extraña sensación de que en todo momento me miraba, que estaba pendiente de mi para saltarme a la más mínima, que se aferraba a cualquier excusa para poder suspenderme.

José Manuel, mi profesor de arte y el tumor de mis estudios.

Un día saliendo de clase después de una grave discusión con él (como casi de costumbre) me gritó delante de todo los alumnos -" Señorita González espérese aquí conmigo que hoy usted no sale tan pronto"

Lógicamente me quedé, con esa cara de rancia que me caracteriza cuando estoy cerca de él, sin querer mirarlo a la cara para evitar conflicto repasé rápidamente aquella gran aula de arte, con sus pinturas colgadas, el proyector del ordenador y algunos trabajos descarriados por ahí en medio de aquel gran desastre. Y cuando todos se hubieron marchado y el silencio ya incomodaba, se acercó un poco a mi y me miró fijamente con semblante serio.

- ¿Quién cojones se cree que es para hablarme así delante de todo el mundo? Aquí el profesor soy yo.

No le presté mucha atención, por una vez en dos años me fijé en él. Tendría unos 34 años, moreno, ojos negros, 1,75 aproximadamente, esbelto, gafas cuadradas, camisa y vaqueros simples ajustados, un toque en el pelo revuelto que lo hacía sexi y una mirada que ardía en coraje mirándome fijamente a los ojos.

Al ver que no le escuchaba su frustración creció y sin pelos en la lengua casi me gritó.

- Niña, que te estoy hablando, que me escuches.

¿Niña? ¿Que se había creído ese subnormal? Tenía 20 años, quizá un puñadillo menos que él y sin pensar bien lo que de mi boca salía solo pude articular a decir una simple frase:

- Estoy deseando terminar la puñetera carrera y perderte de vista, capullo. Me amargas la existencia. - Y me giré para irme y dejarlo allí plantado sin dejarlo hablar si quiera.

Pero de repente lo noté, me cogió del brazo bruscamente y me pego a la pared, no me moví, no sentí miedo, solo lo miré fijamente.

Aún veía en el esa rabia hacia mi y como si me leyese la pregunta que rondaba en mi pensamiento, acercó los labios a mi oído presionándome contra la pared y con la voz ronca me susurro:

-No sé qué provocas en mi no me lo puedo explicar, yo lo manejo todo señorita González, y lo que usted me hace sentir no lo puedo controlar. Su genio me pone a mil, verla sentada ahí con esa cejo fruncido con el que me mira me pone a mil... y no puedo hacer nada para quitármela de la cabeza.

Vaya parrafón me soltó, y ahora me hablaba de usted el muy gilipollas, que ocurrente. Pero me gustó, me gustó lo que me decía y me excitó. Mis pezones se pusieron duros y antes de notar cualquier otro síntoma en mi cuerpo se abalanzó sobre mí y no me dejó pensar nada más... buscó mis labios y me besó, con ansia me puso a horcajadas sobre él y continuó conmigo apoyada en la pared. Notaba su gran erección y eso me puso aún más eufórica.

Cuando me tenía totalmente entregada a él, me soltó en el suelo despacio y empezó a desnudarme ferozmente, la ropa caía por el lugar mientras me tocaba y me besaba lentamente.

Cuando llegó a mi ombligo sonrió al ver una pequeña perla, -¡el ogro ha sonreído! - pensé.

Y por fin llegó donde yo anhelaba, llego a mi pubis depilado y atrapó mi clítoris, lo chupó con fuerza.

- Como entre alguien vamos derechitos a la calle.

Me miró con media sonrisa en la cara.

-Yo también te podría a ver mandado derechita a la calle cuando me has llamado capullo, nena.

Me giró bruscamente me dio un azote en el culo y me susurro: -Eres una alumna muuuy mala... y me encanta.

CONTINUARÁ...


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