La carta llegó a su destino, pero no había destinatario. Desandar lo andado, sin remedio, el cartero anotó sobre las señas desconocido. Porque la gente ya no es de un lugar, va perdiendo su arraigo. En el camino de vuelta la carta estaba triste, porque era la última carta. Era la última carta con alma propia. La gente ya no se escribe cartas de amor, ni cartas que relatan experiencias, ni cartas de viajes, ni cartas pidiendo consejos, ni cartas..., con sentimiento. Sus compañeras de viaje son cartas muertas: de bancos, facturas, publicitarias.
En ese regreso cayó accidentalmente en el cajón del olvido. Allí se encontró con otras muchas que sufrieron el mismo accidente. Nadie la echará en falta, el remitente porque pensó que llegó a su destino, el destinatario porque nunca sabrá de ella. Uno tal vez esperará una respuesta por mucho tiempo hasta que el paso del tiempo lo haga olvidar, el otro quizá esperaba una señal hasta también olvidar.
La última carta con alma quedó triste porque ya nadie la pondrá a viajar.
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