Dos morenos para Sandra

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Había sido un año de trabajo agotador e interminable. Pero por fin Sandra estaba en el aeropuerto, aguardando su vuelo a República Dominicana. Diez días en un suntuoso all inclusive la esperaban para despejar la mente y reponer energías. Su amiga Paula se había echado atrás a último momento, pero a Sandra no le importó irse sola a disfrutar sus vacaciones tan ansiadas.

            Al llegar se encontró en un lugar creado para disfrutar de la vida. Pasaba horas tomando sol, dormía hasta cuando se le antojaba en su cuarto perfumado y confortable, nadaba en el mar y hasta tomó algunas clases de salsa para divertirse. Fue luego de una de las clases que una chica muy simpática de la que se había hecho amiga, le comentó, bajando la voz, que los profesores de gimnasia, de baile y se surf también brindaban servicios extra a las mujeres que lo desearan. Sandra lanzó una carcajada, pero a partir de aquel momento no pensó en otra cosa.

            Los tres profesores eran negros de físicos perfectos. Ella siempre había tenido la fantasía de acostarse con un hombre de raza negra y parecía que la oportunidad había llegado.

            Esa misma noche, se encontró al profesor de salsa en la galería del restaurante, se llamaba Gregorio y era muy simpático. Sandra se acercó a hablar con él con el pretexto de tomar otra clase al día siguiente, hasta que en determinado momento él le preguntó en un susurro: “¿quieres que te cuente lo que te podemos ofrecer?”.

            Sandra acordó con Gregorio, un encuentro con él y con el profesor de surf, un chico de rastas y abdominales marcados, llamado Yanick. Al día siguiente, a las seis de la tarde, él la pasaría a buscar con un automóvil para ir a “la casa azul”.

            Sandra entró en la casa llevando un top blanco, shorts de jean y unas chinelitas de playa, del mismo color del top. El lugar estaba iluminado con velas, sonaba una música suave y el aire olía a perfumes orientales. Pasaron a una sala en donde había una cama, una pared que era toda espejo y un diván, en el diván estaba sentado Yanick, que se levantó para saludarla muy amablemente y ofrecerle un trago.

 

Bebieron y charlaron unos minutos, hasta que Gregorio le ofreció a Sandra un masaje a cuatro manos, para entrar en clima. La desvistieron por completo entre los dos, con mucha delicadeza. Le indicaron que se tendiera boca abajo en la cama y le rociaron la espalda y las piernas con aceite perfumado. Inmediatamente Sandra comenzó a sentir las manos de aquellos dos hombres soñados, recorriéndole el cuerpo: la espalda, el cuello, los glúteos, las piernas, los pies. Por un lado era relajante y por el otro estaba levantando una calentura feroz. Luego de masajearla los hombres se desnudaron,  ella       se colocó de rodillas con Gregorio a la izquierda y Yanick a la derecha, tenía a cada costado un pene perfecto, negro y erguido, como en sus fantasías. Comenzó a besarlos, lamerlos, a chuparlos, un poco uno y un poco otro. Al tener a su disposición aquellos dos cañones morenos, Sandra deseó ser regada por el semen de ambos hombres. Y los masturbó al mismo tiempo, hasta que la excitación de los dos llegó al máximo. Primero Gregorio e inmediatamente después Yanick lanzaron su esperma, que voló brevemente y cayó sobre Sandra, en su rostro, tetas, hombros y cabello. Los hombres jadeaban y Sandra recibía aquel elixir blanco y aromático.

            Luego, Yanick la invitó a tenderse en la cama, mientras enfundaba su miembro en un preservativo. Luego se colocó sobre ella y la penetró, lentamente, amorosamente, Sandra sintió que aquello no terminaría nunca de entrar en su cuerpo afiebrado de deseo. A un costado, Gregorio comenzó a marcar un ritmo cadencioso en un tambor, y a ese ritmo Yanick comenzó a moverse sobre Sandra, hundiendo y retirando su verga en una danza ondulante y sensual.  El ritmo del tambor aumentó hasta que Yanick era una fiera que se sacudía con una fuerza incontenible. Sandra se aferró con ambas manos a las sábanas y exhaló un grito interminable mientras tenía un orgasmo que electrizaba su cuerpo de la cabeza a los pies. Y luego Yanick, en un golpe final de su cadera, clavó su verga hasta el fondo y Sandra la sintió latir mientras derramaba su leche caliente. El tambor se detuvo.

            Gregorio dijo “ahora eres toda mía”, descorrió un cortinado develando una especie de sillón, que no era para sentarse. Tomó a Sandra de la mano y le indicó cómo ponerse: arrodillada, inclinada hacia adelante, tomándose con las manos de una barra de madera. Así quedaba ofreciendo generosamente su parte trasera. Gregorio comenzó a besar y lamer el culo de Sandra, a cubrir su ano con su saliva. Yanick apareció por delante y le metió su pene en la boca. Y ella se dedicó a chupar y a sentir como allá atrás, Gregorio iba dilatando su orificio y se lo lubricaba con una sustancia viscosa y fría. Y entonces sintió que algo inmenso abría su culo provocándole un dolor cercano al placer. Sandra dejó de chupar, con  la boca semiabierta con restos de saliva y los ojos muy abiertos en una expresión de estupor, se dedicó a sentir aquello que le horadaba sin piedad, Yanick volvió a ponerle el pene en la boca y comenzó un nuevo éxtasis. De reojo se observó en el espejo y su excitación fue suprema al ver esos dos morenos tomándola a su antojo, la verga de Gregorio yendo y viniendo en su culo y la de Yanick metida en su boca. Tuvo otros dos orgasmos que parecían llevarla hasta el límite de sus sentidos.

            Cuando estuvo de regreso en su cuarto de hotel vio en el teléfono un mensaje de su amiga Paula que le preguntaba cómo la estaba pasando: “No sabes lo que te estás perdiendo”, le respondió.

 


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