Es un escándalo.

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Los vagabundos meaban a plena luz del día, el perro los acompaña.

Los contenedores hieden a amoniaco las 24 horas en esta ciudad, un olor que más bien la engalana por recordarnos la limpieza que nace de la lejía sin perfumar, sin diluir, exquisita en una época donde todo es “sin”, a nadie le cuelgan ya cojones, el gordo se envenena de aspartamo, se hace llamar enfermo comiendo doce veces al día escalando la pirámide en ascensor invirtiendo sus valores: ensaladas en el pico pequeñito, verdura solo para darle color a las hamburguesas, desayunos industriales directos de la refinería al gaznate, porque los gordos ya no somos cerdos, somos patos, pequeños, grises, los cisnes nos queda demasiado grandes... el agua quita la sed, pero es tan sosa de beber... aun así me cuido: tomo cervezas y refrescos “light”.

Miras en las cuatro esquinas de cieno de las que habló el andaluz y solo se percibe abandono, muerte, grupos de personas que comprenden no más que sumas infinitesimales de individuos, puntos del dominó obligados juntos simplemente porque solo conocen el espacio de una ficha por lo demás en blanco: a cada una de esas esferas planas les gustaría poder romper el rectángulo, pisotearían a cada uno de los otros puntos en su camino hacia la huida sin importarles caer hacia arriba, suben la escalera, las espaldas ajenas sirven de escalones, ni siquiera se fijan en sus caras, no agradecen, no sienten, no empatizan, simplemente botas de tacón haciendo crujir las costillas por debajo de sus suelas avariciosas, les resulta indiferente: el ego siempre piensa que nunca existe camino de retorno, las escaleras al parecer son todas automáticas y ascendentes, los montacargas nunca van al sótano, solamente al ático, la gravedad afecta nada más que a las manzanas... hasta que te tuerces un tobillo, te resbalas con la sangre que derramaron quienes andan aún más arriba, te manchas las manos al apoyarte con los escupitajos rencorosos que lanza la carne de los peldaños... Los reyes acaban muriendo a manos del alfil, a la reina la violan los peones, los caballos devoran las torres... la guerra siempre es bidireccional.

Es un sitio concurrido: uno de los mayores teatros de las islas, da sombra a varios locales de bebida, restaurantes, alguna discoteca... Sobre el escenario se escuchan más las cebras del cepillo chocando contra la mugre que el guión flotando entre butacas semivacías, jamás ocupadas por quienes deben, las primeras filas se reservan a las autoridades más pendientes de la mesa de los canapés y del culo de las acomodadoras que del guión. El teatro se convierte en la pasarela de los ricos demasiado gordos, demasiado bajos, como para que les permitan desfilar en pasarelas con nombres de diosas antiguas que todavía no están muertos -¿cuánto tiempo habrá de pasar para que el “Cantar de los cantares” se coloque en la sección de “poesía” junto con “La Odisea”, los cuatro evangelios se estudien en clase de literatura en lugar de en catequesis? Hace tres mil años le rezábamos a un herrero tan feo que su propia madre lo tiró desde la azotea de casa... más tarde lo consideramos estúpido y entonces comenzamos a adorar a un carpintero que vivió con la suya hasta los 33 tacos: es curioso como en poco más de dos mil años pasas de ser un dios a un parásito por el mismo acto... Cambian las profesiones, las divinidades se rebautizan, sus historias se escriben en idiomas diferentes, la necesidad de perdón por nuestras cagadas, un chivo expiatorio que cargue con nuestras responsabilidades, eso siempre permanece.

Los contenedores donde orinan el par de indigentes se encuentra justo a 21 metros de la entrada del teatro. Pelo sucio, desgreñado, los pantalones rotos, hacen menos de diez grados, pero ellos van en sandalias, mean los contenedores... los dueños del local los reprenden, los empujan, salpican de orina a un par de clientes, por fin llaman a la policía y se los llevan... con esa descripción de haber sido los protagonistas de alguna obra, hacer posible dos chavalitos con una buena tableta de chocolate en el estómago -por flacos, no por machacarse en el gimnasio, lo cual me jode: los abdominales en los flacos, son como las tetas en las gordas... no tienen mérito-, de haber sido un par de estrellitas de la pequeña pantalla con también con melena, ropa rota, zapatillas, la muchachada del bar se habría hecho fotos con ambos, los abrían tildado de espíritus libres, rebeldes o alguna mierda parecida... actores quejándose del capitalismo y los abusos imperialistas cuando van a recoger premios en sus coches de lujo con ropas de etiqueta. Me gusta el dinero, soy una rata, como quienes bombardean niños haciendo trueques por crudo con su sangre, al fin y al cabo mi coche no arranca metiéndole el pene por el tubo de escape, soy un demonio, pero al menos no me escondo y mi máscara es de cristal trasparente... solo existe alguien peor que el diablo: el diablo intentando travestirse de ángel.

Arrestan a los sin-techo, las madres se quejan al camarero por la escena, los niños hacen preguntas que nadie responde, las familias se escandalizan: vivimos en una urbe donde existen personas que orinan detrás de los cubos de basura a las cuatro de la tarde por no tener ni siquiera un retrete el que poder sentar el culo, después abrirán la tapa buscando la merienda, las niñas de catorce cargan con bombos tallados por penes de treinta, los chavales conocen cientos de páginas porno antes de dar el primer beso... lo que nos escandaliza es verle la poya a dos vagabundos... Me cago en mi maldita vida: todos los tíos tenemos poya, incluso algunas tías tienen poya, la mayoría de esas tías tienen una poya más grande que la mía... seguramente, su poya es más bonita. 


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